Si la contradicción es el sello del Gobierno, ya se puede decir que la transición corre el peligro de transformarse en una involución. Una involución que, increíblemente, alienta el Gobierno del cambio. ¡Vaya interpretación del cambio!
*** La más evidente y delicada contradicción es la que protagoniza el propio Presidente de la República frente a su propia sucesión. Inmediatamente después de la elección intermedia, el Mandatario legitimó el que colaboradores o no manifestaran abiertamente su aspiración de sucederlo. En el lenguaje del cambio, Vicente Fox dio por clausurada la era del tapadismo y, entonces, vio con beneplácito que se abriera el juego sucesorio. No hubo por parte del Jefe del Ejecutivo ningún reparo frente al hecho de que su administración estaba apenas a la mitad del camino y que, aunado a ello, arrastraba una serie de pendientes que exigían concentrar el trabajo en el impulso de las Reformas Estructurales, sin contaminarlo con los vientos de la sucesión.
Ese pronunciamiento constituyó en cierto modo el banderazo de salida rumbo al año 2006 y, de inmediato, varios miembros de su gabinete comenzaron a barajar sus posibilidades como precandidatos a la Presidencia de la República. Sibilina o abiertamente dejaron sentir su intención de suceder al Mandatario. Meses después vino la primera contradicción.
A mediados de enero, Vicente Fox instó a sus colaboradores a concentrarse en el trabajo y a no distraerse con las elecciones. La reconvención se entendió como oportuna rectificación que, pese a la contradicción implícita, volvía a colocar el semáforo de la sucesión en rojo. Los pendientes del Gobierno seguían sobre la mesa y la rectificación presidencial no venía mal. Menor o mayor, esa contradicción se convirtió en un acto de incongruencia. Mientras el Mandatario instaba a sus colaboradores a moderar sus ansias y ambiciones personales, la esposa del Mandatario dejaba aflorar las suyas de más en más. La incongruencia fue evidente: el Mandatario prohibía hacer a sus colaboradores aquello que alentaba hacer a su esposa. A unos los limitaba, a ella la alentaba. Y, por si fuera poco, el Mandatario ponía en juego hasta la investidura presidencial en la defensa del derecho de su esposa a concursar por la candidatura a la próxima jefatura del Gobierno. Así, el Mandatario pasó al tercer nivel de la contradicción: el fortalecimiento político de su mujer se traducía en su debilitamiento político.
A favor de una aspiración personal, se desfavorecía una institución nacional. El Mandatario pasó de la contradicción a la incongruencia, de la incongruencia al debilitamiento de su investidura institucional y, por como van las cosas, camina rumbo a una crisis. Una crisis delicada porque, en el afán de alentar y apoyar la ambición política de su esposa, el Mandatario está fracturando a los integrantes de su Gobierno, a su propio partido y, de paso, involucrando peligrosamente al órgano militar encargado de cuidar la seguridad del Jefe del Ejecutivo. El asunto por más que el Mandatario lo quiera minusvalorar, es grave en extremo.
Está lastimando una institución nacional a favor de una aspiración personal: la Presidencia de la República es la institución lastimada, Marta Sahagún es la persona aparentemente beneficiada. Y vale decir aparentemente porque el final de esa historia está por escribirse.
*** Lo grave de esa contradicción que vulnera al Presidente de la República es que engarza y complica otras contradicciones que, de tiempo atrás, vienen vulnerando al Gobierno en su conjunto. Las viejas contradicciones del y dentro del Gobierno ahora se complican porque, en la atmósfera de aquella otra contradicción, se traducen en una lucha absurda dentro del propio Gobierno y la Presidencia de la República para ver en manos de quién quedará, finalmente, la candidatura presidencial del Partido Acción Nacional que, por lo demás, se hunde bajo la dirección de Luis Felipe Bravo. Si se recuerda, en el mensaje político del Tercer Informe de Gobierno, el Mandatario puso el acento en un reconocimiento que algunos analistas entendieron como una plausible autocrítica.
Desde la tribuna de San Lázaro, Vicente Fox dijo en esa ocasión que no escapaban a su sensibilidad los reclamos sobre mayor eficacia en el Gobierno y los desencuentros en el equipo de trabajo. En forma textual, aquel primero de septiembre, el Jefe del Ejecutivo dijo: “Sé que nos reclaman falta de experiencia y una mejor gestión como Gobierno en su conjunto. He instruido a todo mi equipo de trabajo a privilegiar la política, para ubicarla en la posición de mando que le corresponde, hasta convertirla en el eje rector de una gestión de Gobierno cada vez más eficaz, sensible y comprometida. México nos demanda mejores resultados. Reitero a mis colaboradores que estamos obligados a redoblar esfuerzos y a no perder de vista que el trabajo en equipo es condición indispensable para el buen Gobierno”.
Como muchas otras veces, esa expresión presidencial no tuvo consecuencia y pronto se convirtió, fiel a la costumbre de la administración, en una nueva contradicción. Mes a mes afloró la contradicción. El mismo mes de septiembre, se dio la primera. El secretario de Relaciones Exteriores Luis Ernesto Derbez encabezó la cumbre de la OMC en Cancún, marginando de ella al secretario de Economía, Fernando Canales. La contradicción era evidente: Derbez en su anterior condición de secretario de Economía había defendido el control de esa Cumbre por parte de aquella dependencia, argumentando que no correspondía el control a la Secretaría de Relaciones de Exteriores. Aparte del fracaso de esa reunión, llamó la atención la obvia contradicción que suponía que ahora se hiciera exactamente lo contrario de lo que se argumentaba. Eso ocurrió apenas unos días después de la “autocrítica” presidencial.
En octubre, el fracaso de la gira presidencial por Japón puso en evidencia de nuevo las contradicciones entre el Gobierno. De nuevo, las secretarías de Relaciones Exteriores y de Economía protagonizaban la contradicción. A Japón se había trasladado el Mandatario para firmar el Tratado de Libre Comercio con aquel país que, aún hoy, sigue sin suscribirse. En noviembre, la contradicción también tuvo lugar. El embajador de oro que había resultado ser Adolfo Aguilar Zinser ante Naciones Unidas, se convirtió en el embajador incómodo ante el brutal giro de la política exterior mexicana. Vino la negociación entre el secretario Derbez y el embajador Aguilar Zinser para acordar los términos de su salida del servicio exterior y, establecidos aquellos términos, Vicente Fox tuvo un exabrupto que borró aquel acuerdo para sustituirlo por el imprescindible escándalo que, ahora, forma parte de los actos de Gobierno. En letra de molde se estampó ese escándalo con la carta que el hoy ex embajador dirigió al propio Presidente de la República. Diciembre no fue la excepción.
La palabra presidencial empeñada en el mensaje político del informe de Gobierno, volvió a expresarse como una contradicción. En esta ocasión, los protagonistas de ella fueron los secretarios de Gobernación y de Hacienda, Santiago Creel y Francisco Gil. Uno decía que sí habría otra iniciativa de Reforma Fiscal y el otro decía que no. El fracaso de esa reforma empató el marcador entre dos secretarios que parecían trabajar para Gobiernos distintos.
Enero no marcó un año nuevo para el Gobierno. Las contradicciones no tuvieron fin. La supervisión de los vuelos de aeronaves mexicanas a Estados Unidos por parte de agentes o funcionarios de Estados Unidos se convirtió en el “masterpiece” de las contradicciones del Gobierno.
Unos negaban esa supervisión, otros aplaudían la cooperación supuesta en ella y, como en otras muchas ocasiones, el Jefe del Ejecutivo salió a la palestra: le pidió disculpas al pasaje por las molestias. Contradicción a la que siguió la Cumbre de Monterrey, donde la firma del ALCA promovida en conjunto por México y Estados Unidos, a pesar de la resistencia de varios países latinoamericanos, sembró la contradicción de la Cumbre de Guadalajara con la Unión Europea.
Ahora, en febrero, el allanamiento del rancho de la familia Fox ha puesto de nuevo en evidencia la falta de coordinación, las contradicciones entre varias secretarías de Estado, el Estado Mayor Presidencial y la propia Presidencia de la República. Aquello fue una carambola.
Todas las dependencias y órganos oficiales aseguran haber cumplido cabalmente con su deber pero el resultado es que hasta la cocina del rancho de la familia Fox entraron los braceros que, supuestamente denunciados conforme a derecho, salieron satisfechos de su reunión del jueves pasado en la Secretaría de Gobernación. Contradicción que por su dimensión hace pasar desapercibida una más: la crítica que como colosista hace el secretario particular del Presidente de la República a la falta de voluntad política del Gobierno al que sirve. El lado positivo de esa contradicción es que con ella Alfonso Durazo se mostró plenamente integrado al estilo del Gobierno de la actual administración.
*** Lo grave de las contradicciones, incongruencias y desbocamientos que acumula la Presidencia de la República y el Gobierno en su conjunto es que, ahora, se inscriben en la lucha por suceder a Vicente Fox. Un juego donde, si bien muchos protagonistas juegan a ganar, el Presidente de la República juega a perder. Lo más absurdo de ese juego es que por ambiciones personales se estén lastimando instituciones nacionales y que, en ese absurdo, la oposición nada tenga qué ver.
La propia Presidencia de la República, el propio Gobierno (o, al menos, algunos integrantes de él) y el propio partido en el Gobierno están demoliendo no a Vicente Fox sino a una institución nacional como lo es la Presidencia de la República. Bajo esa perspectiva, el cambio se sintetiza hoy en la idea de la involución. ¡Vaya contradicción! ¡Vaya cambio! ¡Vaya involución!