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Contrahechura

Federico Reyes Heroles

Facilitar la vida espiritual sin fomentar el fanatismo es el reto. Las lecciones históricas son varias. Lo ideal sería una vida espiritual intensa con una religiosidad ligera. A la inversa, lo menos deseable socialmente hablando es una alta religiosidad con baja vida espiritual.

La creación como acto primigenio, el origen y destino de todo y todos, la vida misma. La lista de misterios es infinita y éstos son además inconmensurables. ¿Quién o qué fue capaz de concebirlo y hacerlo realidad? Del creador-increado de Aristóteles a la intrigante información que nos envía el “Hubble”, las explicaciones siempre tentativas de los porqués y cómos son apasionantes. Simplemente con mirar a la cúpula celeste o dejarse tocar por la grandeza del mar o imaginar los trabajos de la sabia en un árbol, es imposible no caer en ese estado de asombro que precede al cuestionamiento. “Lo evidente invisible” es la fórmula de Víctor Hugo para referirse a Él, a su Dios.

Es ese asombro inevitable, son esos misterios grandiosos los que han provocado la necesidad muy generalizada de explicaciones que alimenten la vida espiritual del ser humano. Ante los límites de la razón surgen los dogmas de fe. Los rituales, las hierofanías, como lo ha mostrado magistralmente Mircea Elíade, acompañan al ser humano en los dilemas básicos: La aparición y desaparición de la vida, es decir la muerte. Una gran mayoría de los seres humanos (alrededor de un 85 por ciento) acuden a esas explicaciones basadas en dogmas de fe, acuden pues seguramente les traen cierto alivio, les ayuda creer cuando ya no se puede saber. El fenómeno es absolutamente fascinante. Por fortuna hoy las ciencias sociales nos ofrecen nuevos instrumentos para seguir en la cacería de la difícil presa. Hoy podemos hablar de la calidad de la religión.

Hace apenas tres décadas se afirmaba sin demasiada reflexión que con el avance del pensamiento científico la religiosidad tendería a desaparecer. Hoy sabemos que no es así, de hecho hay países como E.U. en los cuáles la avidez por nuevas propuestas religiosas ha crecido asombrosamente. Pero vayamos despacio: Con el desarrollo crece la demanda de diversas propuestas que fomenten la vida espiritual, pero no necesariamente la religiosidad como expresión externa y ritualizada. Sólo un nueve por ciento de los estadounidenses participa regularmente en una iglesia y sin embargo el número de creyentes de diferentes denominaciones abarca a la gran mayoría de la población. (Ver: Sellers, R. “Nueve tendencias globales en religión”, Este país, abril 1999.

Muchas de las nuevas religiones de franja o margen y el llamado New Age son fórmulas novedosas de un sincretismo que toma de por aquí y por allá lo que cree mejor. Si bien es cierto que las principales megatendencias mundiales en religión son bastante estables (alrededor de 35.5 por ciento de católicos, 20.2 por ciento de musulmanes y 13 por ciento de hindúes), también lo es que existen algunas sorpresas notables. Por ejemplo durante el siglo XX el número de no creyentes se incrementó del 0.2 por ciento al 15 por ciento. Hay también grandes redefiniciones globales en curso: ¿Qué religión se impondrá mayoritariamente en los antiguos territorios soviéticos?, ¿Qué será de las tendencias neocristianas en China? ¿Cómo evolucionarán las muy diversas corrientes dentro del Islam?

¿Es deseable que un país cuente con una religiosidad intensa? No necesariamente, recordemos la advertencia de Popper sobre las visiones de “pensamiento único” que siempre han sido la mayor fuente de violencia y muerte. No hay más que mirar hacia Oriente Medio para recordar el horror producto del fanatismo. El 11 de septiembre y el 11 de marzo y todo lo que ello trajo y traerá entran también en esas coordenadas. Si la vida espiritual de los pueblos se transforma en intolerancia y defensa violenta del dogma nada bueno saldrá.

Facilitar la vida espiritual sin fomentar el fanatismo es el reto. Las lecciones históricas son varias. Lo ideal sería una vida espiritual intensa con una religiosidad ligera. A la inversa, lo menos deseable socialmente hablando es una alta religiosidad con baja vida espiritual. Esto por fortuna ya se mide a través de instrumentos científicos que permiten identificar en qué se cree (el infierno, los milagros, Cristo, etc.) y cómo se expresan las creencias (número de horas dedicado a la oración, participación en templos, en rituales, en acciones filantrópicas, etc.) El avance científico es notable.

Y México, ¿cómo sale en esta lectura? El gran predominio de catolicismo formal (poco menos del 90 por ciento) no retrata ni remotamente el comportamiento de la población. Seis de cada diez jóvenes entre 12 y 29 años de esa fe aceptan no ser practicantes. La gran mayoría de los católicos mexicanos no acatan mandatos centrales de su Iglesia tales como la prohibición de relaciones premaritales (71 por ciento) o el uso de anticonceptivos, (60 por ciento) de las casadas católicas los usan. (Ver: Catholics for free choice 2004). En asuntos tan delicados como el aborto (cientos de miles cada año) queda claro que la gran mayoría de las practicantes son católicas formales.

La terrible desintegración familiar cruza ese mismo territorio: Cada año casi 400 adolescentes quedan embarazadas. Es una auténtica tragedia nacional que por lo visto escapa a los designios de la Iglesia. Los niños sin padre son una realidad millonaria en México. Alrededor de cinco millones de hogares son sostenidos exclusivamente por mujeres. Tres de cada cinco mujeres han sufrido violencia intrafamiliar. Entre los preceptos de esa religión y nuestra realidad cotidiana hay entonces un abismo que merece reflexión.

Es paradójico porque en estos días de “Semana Mayor”, a decir de las expresiones de fervor, por los rituales tan populares y extendidos, uno podría tener una versión muy diferente del catolicismo mexicano. Muchas de las costumbres religiosas que se observan en nuestro país son producto de la Gemeinschaft, de la comunidad en palabras de Tönies. Recordemos la tesis, la Gemeinschaft mira para atrás e impone costumbres. La Gesselschaft, la sociedad, mira hacia enfrente, es un acto de razón y voluntad. Una y otra luchan por imponerse. Buena parte de la religiosidad mexicana es producto de la costumbre no razonada. Por supuesto que todo esto está vinculado con el nivel de escolaridad y de desarrollo. Pero me da la impresión de que podríamos estar en el peor de los mundos: Altísimo ritualismo y frágil, muy débil vida espiritual. Allí están las cifras.

Nada más lejano a mi intención que alterar la paz de los creyentes en estos días. Por el contrario, simplemente llamo la atención sobre una grave contrahechura que a nadie favorece. Si tan sólo una parte mayor de la energía vertida en el ritualismo se aplicara en fortalecer una ética personal y familiar, en cultivar una verdadera vida espiritual que fomente mayor respeto a las creaciones del Creador, sea quien sea, mayor cariño y cuidado hacia las mujeres, los niños, los ancianos, mayor respeto entre nosotros mismos, seamos de la denominación que seamos, si eso ocurriera de verdad México sería muy diferente.

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