Un accidente donde hay sólo víctimas; una de ellas mortal. Lupita, en pleno goce de su juventud fue arrebatada a la vida en cuestión de segundos.
En torno a tan lamentable hecho quedan sus seres inmediatos pasmados, atónitos, deseando que aquello sea sólo un mal sueño. El cuerpo de cada uno de ellos se halla paralizado, y en la mente priva la confusión. Hasta un momento antes todo un año de convivencia había transcurrido en términos generales armónicamente; aún la inundación del pasado cuatro de abril, la cual barrió con todas sus pertenencias, representó un obstáculo que lograron salvar con el ánimo arriba, dándose fuerzas unos a los otros. Sin embargo ahora, frente a la compañera que se va en un abrir y cerrar de ojos, se cierne una sombra gris y densa. A escasos quince días de concluir su internado de pregrado, regresarán a casa todos menos ella, quien dejó su último aliento en estas tierras.
¡Cuántas veces frente a la muerte no logramos encontrar las respuestas a tantas interrogantes! ¡Cuántas de ellas renegamos al cielo por nuestra suerte, enajenados por el dolor de la partida¡ Sin embargo es una verdad que la vida y la muerte van de la mano como dos hermanas, y que desde el momento cuando la una inicia, la otra espera turno para mover las piezas de su juego. Nadie podría asegurarnos el momento en que esto vaya a suceder, y a ninguno es dado tener por cierta la vida hasta la vejez.
Cuando la muerte siega los campos, va cortando espigas de diversos tamaños. Algunas de ellas que han caído por efecto de la edad; otras tantas verdes y firmes, con la juventud en pleno. Unas y otras perecen por igual, porque así lo marca la vida.
Lupita partió de este plano material para seguir su camino; a través de la fe estamos ciertos de que ella ha de continuar en una dimensión que no nos es dado entender ahora.
Sabemos que partió limpiamente, sin deber nada a la vida, con la bolsa de viaje ligera, y sin cuentas pendientes. Lo sabemos, puesto que vimos su desempeño durante casi un año, y comprendemos que escribió la historia de su vida tranquilamente, celosa del cumplimiento de sus deberes, en armonía con quienes le rodeamos. Y así de igual modo hoy se ha ido, como quien simplemente se retira del escenario sin aspavientos, cuidadoso de no interrumpir la obra en que todos los demás participan activamente.
Lupita se ha ido para siempre; es la verdad que nos duele. Sin embargo podemos tener la confianza de que en el camino del espíritu, en un futuro nos encontraremos con ella nuevamente. El dolor es para quien llora su partida; ella se encuentra donde la serenidad pone las cosas en la debida perspectiva.
Ahora nos toca a cada cual de quienes seguimos pisando suelo, analizar lo que es y ha sido nuestro paso por este mundo. Hasta qué punto nos levantamos cada mañana con la consigna de que pase pronto el día para ir quemando etapas, o si verdaderamente enfrentamos cada jornada como una oportunidad fresca y única para escribir un capítulo de nuestra propia historia.
Es el tiempo de reflexionar si estamos en paz con la vida, si hicimos algún mal y no lo hemos resarcido. Es momento de sacar de la mochila de viaje las piedras que entorpecen nuestra marcha, y comenzar a andar diligentes.
Sea la ocasión para analizar lo hecho durante este último año, pensando en que así como ella partió, pudo haber sido cualquiera de nosotros en su lugar. Y yo me pregunto si estaré realmente preparada para enfrentar ese momento con serenidad, y la respuesta dista mucho de ser satisfactoria.
Hoy cuando ya no la tenemos a nuestro lado, es cuando las memorias van llenando aquellos espacios que su partida ha dejado. Es tiempo de tejerlas una a una para poder guardar en nuestros corazones el recuerdo de esa chica que se fue en plena juventud.
Damos un adiós a Lupita desde nuestro ser íntimo, afirmando que su paso entre nosotros no fue en vano, porque hemos aprendido que la vida es una oportunidad para ser mejores siempre, y no sólo en las grandes ocasiones. Que la verdadera historia se escribe a través de los hechos cotidianos de cada día, lo que finalmente marca los surcos en la tierra. Por su presencia y por su ausencia sabemos que finalmente, nuestro destino está más allá de las estrellas que alcanzamos a ver en una noche clara.
Lupita: Esto no es un adiós; has quedado entre nosotros como presencia viva, como brisa mañanera que renueva y refresca.