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Contraluz / Crecer en el servicio

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Ser médico constituye una experiencia de vida muy singular. Parte del deseo de curar la enfermedad, y alcanza límites inimaginables. Si hacemos un recorrido a través de la historia, desde Hipócrates y los primeros sabios anatomistas, hasta la actualidad, nos encontraremos que el saber del hombre con respecto a la salud y la enfermedad, ha alcanzado dimensiones insospechadas, y sin ir tan lejos, insospechadas hace medio siglo.

Ni quien pudiera imaginar que se abordara directamente el interior de la célula, y mucho menos que existieran las herramientas para modificar dentro de su núcleo los elementos químicos responsables de determinada enfermedad genética. O entrar a la cavidad uterina, extraer al feto, intervenirlo quirúrgicamente de urgencia, y volver a colocarlo en su medio prenatal, para esperar su nacimiento cuando el tiempo llegue. Son cuestiones fantásticas que a la fecha se han vuelto realidades tangibles, pero que tiempo atrás ninguno hubiera alcanzado a soñar, ni siquiera la más fértil imaginación.

La figura del médico implica el conocimiento para discriminar entre signos y síntomas, y establecer un diagnóstico. La habilidad para elegir un tratamiento adecuado para la enfermedad, y el tino para establecer un pronóstico. A lo que se ha agregado en las últimas décadas el capítulo de prevención de factores de riesgo.

Sin embargo más allá del elevado nivel en el saber, se encuentra la excelencia en su más amplio contexto, lo que incluye de manera importante la calidad humana en la figura del médico, lo que mucho se ha perdido en aras de la mercadotecnia. El médico ofrece su mercancía; la presenta en forma atractiva; le adiciona elementos que la vuelvan rentable, y la lanza al mercado. Sin embargo detrás de esa bonita fachada lo que se percibe no siempre es del todo auténtico.

El galeno de pueblo, aquél que recorría el caserío para visitar a los enfermos en su propio lecho de dolor. El que muchas veces regalaba su trabajo, pero en cambio era altamente respetado en la comunidad, ha sido desplazado por la figura del técnico en Medicina, que en incontables ocasiones se ve agobiado por un exceso de trabajo que le provoca responder con malos tratos al paciente. Ese médico-burócrata que se desempeña contra reloj, debiendo de sacar su propio trabajo y algún extra administrativo, por un mismo sueldo. Un sueldo que por sí mismo no logra satisfacer las necesidades del hogar? En ocasiones nos encontramos súper-especialistas refunfuñones, que hablan de mala manera al paciente, o que incluso lo intimidan. Una cosa es lo que se aprende en los libros, y otra muy distinta lo que se aprende en el hogar, a través de una educación amorosa; el nivel de conocimientos no necesariamente va aparejado con la calidad en el trato al paciente, a aquél que no sabe alzar la voz, ni llama a su sindicato para defenderse. Al paciente anciano, al niño, al ignorante, al que desconoce sus derechos como persona y como paciente.

Se necesita demasiada locura, o demasiado amor, para sacar adelante ese trabajo con alegría, con entusiasmo, como si por cada paciente le pagaran con la moneda más cotizada del Universo.

Todavía nos encontramos elementos de este tipo en nuestra práctica diaria; compañeros que actúan amablemente desde que inicia la jornada hasta que acaba. Sin embargo, como las variedades finas, tienden a extinguirse dentro de la vorágine del burocratismo que ejerce presión para hacer desaparecer a tales galenos. Por una parte las demandas del sistema; por otra la merma que el propio galeno sufre en sus ánimos cuando, lejos de hallar una respuesta grata a su actitud, encuentra indiferencia.

Acaba de celebrarse el Día del Médico; para algunos entre grandes festejos, para otros en el silencio acogedor de su consultorio rural. Pero de alguna manera se reconoce en esta ocasión la labor de quien ha dedicado su vida al combate de la enfermedad, y a la elevación de la calidad de vida de nuestra población.

Vaya una especial congratulación para quienes han sabido mantener en alto sus ideales de estudiantes; quienes se apegan al Juramento Hipocrático que alguna vez leyeron nerviosamente. Felicidades a los compañeros que se han salvado de caer en el burocratismo dentro de su labor profesional, y que, por el contrario, se proponen una nueva meta a alcanzar cada día. Aquéllos para quienes el trato al paciente es labor sagrada, porque saben hallar en la necesidad su mayor aliciente para trabajar con denuedo. Y encuentran en la ignorancia y en el sufrimiento físico de otros, la mejor manera de crecer en el servicio, de ser mejores personas, y forjar para sus hijos un legado de amor a la vida.

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