Por alguna extraña razón enero se vuelve quizás el mes más gris. Para los mexicanos debiera ser noviembre y sus rituales de difuntos, sin embargo revestimos con tal colorido esta ocasión la del 20, que noviembre queda descartado, y enero con sus fríos, sus tardes plomizas, sus cuestas económicas y los achaques que se generalizan por estas fechas, es más propio para la nostalgia.
Primer cuadro
En estos estados de ánimo me encontraba cuando observé un chiquillo de seis años bajar la calle a toda velocidad desde la pendiente, continuando por en medio de la misma como bala, sobre unos de esos patines lineales cuyos fabricantes deben tener pacto con los ortopedistas. Porque, o avanzas, o simplemente te vas de narices. Y esto es precisamente lo que pasó con el chiquillo, interrumpiendo de tajo mis memorias de niña sobre los pesados patines de cuatro ruedas.
La pequeña diferencia entre un accidente de aquellos tiempos y el del chiquillo, consistió en que el muchachito perdió el equilibrio, abrió en ángulo las piernas, y vino a parar al suelo en posición horizontal. Un factor más de riesgo es que vestía totalmente de gris, de manera que un conductor a media cuadra de distancia no lo hubiera distinguido.
Pero un tercer elemento agravó las cosas; la caída se produjo a unos cuantos metros de la esquina, de manera que el mismo conductor no hubiera tenido el beneficio de la distancia para frenarse con oportunidad.
La gran pregunta: ¿Y la mamá?...
Conclusión: Por eso se cree más en ángeles que en mis tiempos.
Segundo cuadro
Hago un alto para recoger un medicamento. Como parafraseara para sí mismo mi padre ?no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después?. Y aquellos inviernos felices de todo Navidad, regalos, salidas y mejillas coloradas, a la fecha llevan su proporción de ?itis? y ?osis? que le roban algo al desenfado de entonces. Al estacionar mi vehículo me percaté que una parvada de algunos cuarenta estudiantes de secundaria formaban una ronda progresivamente mayor entre un par de jovenzuelos dispuestos a darse, uno con la bicicleta que montaba, y el otro posiblemente con el apoyo moral de quienes lo instaban a batirse a golpes.
No detecté alguno que tratara de mediar, el asunto era armar camorra. En tanto trataba de reportar la emergencia, alguna patrulla se percató de la situación y logró dispersar a los contrincantes.
La pregunta que todavía no logro contestarme: ¿No habría algún maestro lo suficientemente observador a quien le resultase sospechoso que cuarenta muchachos salgan de la escuela en viernes, y que en lugar de dispersarse avanzaran en grupo un par de cuadras, distancia que hay entre la escuela y la el improvisado campo de batalla?
Conclusión: Con esto de los achaques, alguien se hizo de la vista gorda, argumentando tal vez conjuntivitis.
Tercer cuadro
No me había alejado más de tres cuadras, cuando mi antena detectó algo nuevo en el ambiente. Los transeúntes habían detenido su paso frente a un elegante restaurante a cuya entrada veo un par de adultos jóvenes al momento de ser tomados por las ropas por elementos de seguridad. Quiero suponer que algo intentaban pedir o robar cuando fueron sorprendidos.
Sin embargo me impactó el rostro de uno de ellos mientras con la mirada imploraba a su captor; en sus ojos encontré el resumen palpitante de los males de nuestros tiempos. Gritaban la ignorancia, el desempleo, el hambre; gemía la desesperación de muchos frente a la opulencia de unos cuantos, se percibía el olor a thiner, a leña, a alcohol curado con coca cola, a orín de días.
La pregunta inmediata: ¿Le deformarán la cara por tratar de conseguir un pan?
Conclusión: Duele más la pobreza de espíritu del encumbrado, que las miserias del que nada logra llevar a la boca.
Estas fueron otras tres razones para nombrar a enero el mes más gris del año.
