?Arbeit macht den Master? (el trabajo hace al maestro), reza el antiguo refrán popular alemán. A lo que pudiéramos agregar que la maestría es el estado sereno de hacer las cosas con el mínimo riesgo de error, y en el menor tiempo posible.
Así entonces podemos evocar en nuestra mente un maestro en cualesquiera de las ramas del quehacer humano: Maduro, sensato, diestro y preciso.
En los primeros días del presente año se publicó en los medios informativos una fotografía que produjo en quienes la miramos reacciones desde el horror hasta el enojo más profundo. El conductor australiano Steve Irwin, del programa The Crocodile Hunter, fue captado en su zoológico privado del Estado de Queensland en Australia alimentando a un cocodrilo de cuatro metros de largo, en tanto cargaba en brazos a su pequeño Robert de un mes de edad.
Con una mano sostenía un pollo con el que llamaba la atención del lagarto, mientras que con la otra cargaba a su bebé, y en sus propias palabras ?lo enseñaba a tener respeto por los cocodrilos?. Una segunda fotografía lo muestra con el bebé a nivel del suelo, como si lo hiciera caminar con rumbo al estanque donde descansaban un total de cuatro de estos animales.
Si nos vamos a cuestiones de pesos y medidas, el bebé de un mes tiene un peso y una talla probablemente del doble del peso y talla de un pollo grande. Me pregunto si los cocodrilos de Irwin tendrán integrada una computadora que sepa discriminar entre dos figuras de dimensiones tan parecidas, particularmente en el momento en que el padre conduce al bebé rumbo al estanque.
Una segunda cuestión, desde el punto de vista fisiológico: Un bebé de un mes no sostiene completamente la cabeza por sí mismo, de suerte que si se carga con un solo brazo llega a dar unas cabeceadas importantes por no tener la debida sujeción. La conducta refleja de quien cuida un bebé que da una gran cabeceada, es utilizar la otra mano para ayudarse a sujetarlo. Ahora bien, si hace este movimiento sosteniendo aún al pollo, ¿qué acaso un cocodrilo de cuatro metros no podrá alcanzar la altura del bebé para atrapar al pollo, y de pasada lesionar de gravedad al infante?
Irwin ofreció una conferencia televisiva rodeado de su padre, su esposa y su hija Bindi de cinco años para tratar de calmar las airadas protestas despertadas en Australia. Él asegura que ?nada pasará?, así como nada le ha sucedido a él en estos años de hacer programas televisivos en la proximidad de animales salvajes.
Viene a mi mente el caso de los magos Siegfried y Roy, en el Hotel Mirage de Las Vegas. Ambos tienen más de veinte años manejando tigres siberianos. Conviven con ellos en todo momento, los han visto nacer, y los manejan como si fueran algo más que mascotas. Físicamente Siegfried Fischbacher es (o era hasta antes del accidente) un tipo de complexión alta, al cual uno de sus treinta tigres de un zarpazo le desgarró el cuello y le provocó una embolia cerebral que lo mantuvo en estado de coma, y de la cual ahora penosamente se recupera.
El accidente ocurrió el tres de octubre, y a tres meses las expectativas de recuperación total se ven lejanas, de suerte que el espectáculo ha sido cancelado indefinidamente. Aún así ambos magos se niegan a considerar que haya sido la ferocidad innata de la bestia la que provocó el ataque, y se justifican de mil maneras. El caso que nos ocupa es distinto, pues una cosa es que yo me meta por propia voluntad en un foso de víboras de cascabel, y otra muy distinta es que ponga en riesgo a mi hijo menor, aún cuando suponga que mi habilidad para manejar el agresor potencial sea mucha.
Por un lado está la maestría de quien sabe hacer bien las cosas; le apoyan la experiencia, el tiempo y la prudencia. Otro asunto es el exhibicionismo de un joven quien ha tenido la fortuna de no morir entre animales salvajes, y que pone en riesgo de muerte a su propio hijo. Seguramente le mueven el afán de darse a conocer, de lucirse, y de vender.
Entre ambos personajes hay una gran brecha que los vuelve completamente distintos. Y frente a ellos una humanidad que se erige en juez y clama en favor de los que no tienen voz propia. Las leyes australianas le dieron una simple amonestación al padre; esperemos que en un futuro no lamenten su decisión.