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Contraluz / Desde la plaza

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Esta mañana he despertado con una mezcla de sentimientos. Por un lado la conmemoración de la gran tragedia de Las Torres Gemelas, y las implicaciones que tuvo para el mundo occidental entender que ni la más grande nación estaba a salvo del terrorismo. Por otro lado aún no logro cuadrar en mi mente las razones bizarras de lo recién ocurrido en Rusia, y del modo como fuerzas malignas lanzan su mensaje a una y otra latitud, para amedrentar al corazón del hombre. En la geografía inmediata comienza a alarmar la desaparición de jovencitos en la Región Carbonífera. Estos pensamientos tenía cocinando en el perol, en tanto esperaba la salida de mi hijo de su clase sabatina, frente a la Macro plaza de Piedras Negras. Distraídamente observaba cómo, desde ahora, el ambiente va vistiéndose en tonos festivos: Por allá unos vehículos comienzan el acarreo de mesas y sillas para el mayor evento culinario popular del año; por acá unos trabajadores del municipio se hallan marcando una línea blanca por en medio de la recién asfaltada calle. Quise imaginar que esta tenue línea blanca sirve de guía para el carrito que va pintando la raya definitiva en las vías urbanas...

...Pese al fresco que se dejaba sentir al filo de las diez de la mañana, eran pocos los caminantes en derredor de la Macro plaza. Por allá un par de hombres maduros; en sentido contrario una pareja con bolsas de mandado de algún centro comercial. Algo llamó poderosamente mi atención: Entre uno y otro contingente apareció un pequeño de algunos tres años de edad, y detrás de él su padre. A la distancia logré calcular que este último no tendría más de veintidós o veintitrés años. Llevaban a cabo un juego singular, que mantuvo totalmente capturada mi atención en tanto las figuras siguieron estando dentro de mi campo visual. El padre hacía como que corría, con la lentitud precisa para que el chiquillo corriera con todas sus energías, y finalmente lo rebasara. De tramo en tramo el juego se repetía, y desde lejos alcanzaba a adivinar el regocijo del chiquillo cuando ?ganaba a papá?. Del mismo modo transmitía el padre el gozo de ver a su niño feliz. Y ello disipó totalmente los nubarrones que minutos antes se cernían sobre mis afanes de relatora, y pude entender muchas lecciones de vida que no habría hallado en libros de gruesos lomos.

Es precisamente esa cercanía, esa empatía y ese interés lo que está faltando en los entornos de nuestras juventudes. Nos hemos dedicado a generar un ambiente altamente tecnificado, con los avances del momento; hemos invertido lo que hay en el bolsillo para producir individuos competitivos y eficaces, que den el cien por uno en el mercado de trabajo. Capacitados para desenvolverse como los grandes ejecutivos en los medios laborales; que tanto dominen el arte de la buena conversación; el Manual de Carreño; inglés, francés y japonés. Jóvenes que sepan destacar y descollar en cualquier medio en donde los pongamos. Y hemos ido a la cama felices, tranquilos con nuestra labor. Sin embargo hemos actuado en muchas ocasiones más como ingenieros de producción, y mucho menos como padres.

Nuestros jóvenes y adultos menores de cuarenta, han sido altamente capacitados, sin embargo nos hemos mantenido a la distancia de sus vidas, de sus intereses, de sus sentimientos. Hemos subestimado las necesidades espirituales que a nosotros como padres nos corresponde atender. Probablemente los hayamos puesto en escuelas religiosas para que aprendan de Dios, o los hemos canalizado con sacerdotes, pastores o ministros... Pero ese calorcito interno que nadie da más que los padres, se nos olvidó incluirlo en el manual de operación de nuestros notables ciudadanos de primer mundo.

Al contemplar lo que la vista me permitió, a este padre y a este niño, entendí que nuestras sociedades están enfermas del corazón. Tienen educación, de alguna manera están resueltas sus necesidades económicas. Hemos proveído para los chicos de un ambiente que nosotros consideramos sea el más apropiado. Pero yo pregunto: ¿Cuándo fue la última vez que te contó un chiste tu hijo? ¿Cuándo se acercó a manifestarte sus inquietudes de joven? ¿Conoces el nombre de sus mejores amigos? ¿Supiste qué película fue a ver el fin de semana pasado? ¿Te has sentado a preguntarle cuál es su proyecto de vida, y cómo piensa alcanzarlo? ¿Hay la confianza para que sepa que puede acercarse a ti con cualquier problema, o en cualquier circunstancia?

Se disiparon mis nubarrones esta mañana, y se llenó de luz mi vista cuando vi a este padre y a su niño. Sé que este chiquitín será un triunfador, un personaje que actúe positivamente a favor del mundo que le toque vivir. Lo puedo decir desde ahora, cuando veo el gran regalo que le da su padre: el de los pequeños momentos que hacen la enorme diferencia.

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