Estoy por concluir una semana de vacaciones en mi natal Torreón, del cual he debido de alejarme por muchas razones, principalmente por compromisos familiares y de trabajo. En esta oportunidad se me presenta una Comarca Lagunera pujante, moderna, a la par de las grandes urbes. Estas impresiones, frente al Torreón de mi infancia, varios lustros atrás han producido una química particular en mis neuronas, y no puedo menos que sentarme y escribir. Escribir como una catarsis sanadora, evocadora, una forma de asimilar los grandes cambios de una ciudad natal que cada vez se asoma menos por entre sus antiguos edificios moriscos, de los cuales sólo unos cuantos se salvan a estas fechas.
Probablemente las jóvenes generaciones no alcancen a percibir esta sensación de pérdida que vamos enfrentando los mayores, mas cuando acudimos a un lugar que recordamos de una manera, y para ahora es de otra en su aspecto, su ritmo, y su esencia. Ésta es una de las razones por las cuales, conforme avanzamos en el camino, los seres humanos estamos obligados a dejar constancia de lo que fue; preservar la raigambre de la cual van surgiendo los nuevos retoños que miran hacia el cielo. Así debe ser, mirar siempre hacia arriba, pero sin olvidar los orígenes primarios de nuestro ser.
De un modo u otro el escritor es un gran soñador, un enamorado de realidades ficticias, ya sea porque las extrae de su mente, ya porque recompone una realidad presente, o bien porque evoca un ayer que de alguna manera ha quedado sólo en sus recuerdos. Porque aún cuando un mismo edificio, o una misma situación sean recordados por varios, será la versión de cada cual la que para el mismo constituya su propia historia.
Muchas cosas he llegado a comprender en estos días, tiempo en el cual se dio un espacio para rescatar fragmentos de tiempos pasados que en mucho ayudan a entender ciertos aspectos de mi propia persona y mi destino. Nuevamente me convenzo de que es precisamente este espacio de reflexión el que está faltando a nuestros jóvenes para conocerse, entenderse, aceptarse, e identificar los elementos con los cuales puede labrar su propio y particular porvenir.
He recorrido las calles y avenidas del primer cuadro buscando encontrar edificios que ya no existen; han sido demolidos, reformados, o simplemente se muestran mudos ante el paseante. Tal es el caso de una casona por la Morelos, cuya puerta principal y grandes ventanales se hallan totalmente clausurados, y yo me pregunto cuántas historias habrán quedado atrapadas dentro, sin oportunidad para salir y contarse, y enriquecer a propios y extraños.
En algunos puntos donde abundan las casas-habitación, alcanza el observador a adivinar el carácter de sus moradores. Algunas de ellas tienen al frente una terraza con un par de mecedoras que hablan y cuentan que cada tarde sus tranquilos dueños se sientan a comentar las vicisitudes del día que termina, antes de recogerse y hablar entre sueños con el monótono ventilador giratorio, hasta que el fresco de la madrugada los obliga a apagarlo. Otras casitas se pierden entre el verdor de macetas cuyos contenidos parecen desbordarse hasta el piso de mosaico rojo, mientras a un lado de éstas se erige un par de jaulas blancas con unas avecillas que no alcanzo a distinguir desde la calle, pero que seguramente cantarán a la Naturaleza desde su jardín muy privado. Me hace recordar aquel zaguán de casa de mi abuela materna, a lo largo del cual se hallaban distribuidos macetones con sus respectivas bases, encopetados por finos helechos. Lo que mejor recuerdo es aquella pedacería de espejo que revestía los macetones, con la cual jugaba divertida la luz de media mañana.
La modernidad con su acero y concreto se impone, aplastando las estructuras del ayer; guarden memoria los hombres de aquellos lugares, de aquellos ambientes, de la calidez de una ciudad donde todos se conocían. Tomen nota las ciudades más pequeñas, para cuidar sus esencias como el tesoro más preciado. Y, sobre todo, seamos los mayores, facilitadores de esos espacios de encuentro para nuestros jóvenes, exportándolos a desconectarse por un momento del mundo electrónico, y conectarse con su propia persona, con sus características particulares, y sobre todo, a conectarse en forma clara y contundente con sus sueños, con el futuro que habrán de labrarse desde hoy, partiendo de sus raíces, como el firme álamo: Conquistar el cielo sin perder la historia que les da sustento.