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Contraluz / EL CRISTO DE LA PASIÓN

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Estos días cercanos a la Semana Mayor son un buen momento para la reflexión. La figura central la constituye Cristo, convertido actualmente en el evento taquillero del año. Mentiría si digo que voy a hablar sobre la cinta, pues no la he visto, y de hecho no sé si finalmente lo haga. Una cosa es cierta, me da gusto que sea este tema lo que esté cautivando la atención de los cinéfilos, probablemente ya cansados de los recurrentes motivos de sexo y violencia que han sobresaturado nuestras pantallas grandes y chicas.

Alguno de quienes ya la vio refería que la escena de la flagelación era demasiado cruenta para su gusto. En lo particular, y reitero no tener los elementos de juicio para decirlo, me parece que la flagelación del Jesús real no pudo haber sido menos cruenta que la virtual. O bien el director interpreta de esta manera a quienes nos decimos cristianos y tantas veces contravenimos nuestra fe en los actos de cada día, llámense grandes o pequeños; escandalosos o discretos; públicos o privados. Y finalmente, cuando nuestras pupilas ya están acostumbradas a un nivel de violencia enorme, se necesita una mega-dosis de la misma para cimbrar las conciencias.

Sin embargo yo no me propongo hablar de la Pasión de Cristo, sino del Cristo de la Pasión, por más que esto parezca un juego de palabras. Viene lo anterior porque es paradójico observar entre cristianos como todos consideramos que es solamente nuestra denominación, y ninguna otra, la que tiene la verdad absoluta. En muchas ocasiones llegamos a actitudes pueriles al afirmar, pregonar o pelear que nosotros sí vamos a heredar el reino de los cielos, mientras que el vecino que también cree en Cristo, pero lo hace por otro camino, de otra forma, o a través de un ritual distinto, está condenado al fuego eterno.

Jesús nos dejó un solo mandamiento: ?Ámense los unos a los otros, como yo los he amado?. Sin embargo parece que hubiera dicho: ?Júzguense los unos a los otros?, porque en verdad que invertimos mucho tiempo y energía en esta actividad que finalmente lleva a abrir brechas, marcar diferencias y crear resentimientos. Nos dedicamos pues a señalarnos, a recriminarnos, a publicitarnos y a compararnos... Todo menos amarnos.

El Cristo de la Pasión nació entre judíos, y vino dispuesto a morir para salvarnos a todos del pecado, tan es así, que dejó dicho que igual moría por quienes le amaban, por quienes le humillaban, y por quienes no le conocían. Inclusive ensalza la figura del buen samaritano que asistió a quien no pertenecía a los suyos, dando cuenta de la misericordia de Dios a través de su actuación.

Las doctrinas cristianas son algo así como un haz multicolor que parte de una sola verdad que es la Luz, y que finalmente a través de ella, y hacia ella, son y existen. Pero que el rojo pretenda ser el único camino, y desprecie la función del verde o del violeta, es tener un alma miope. Cada uno de los siete colores del espectro, es un camino que finalmente nos conducirá a la Verdad. Siete son los espíritus de Dios; siete las estrellas; siete los ángeles; siete las trompetas; siete las copas; siete las tazas; siete las llaves, y siete los templos.

Ojalá que la película nos mueva a sentir de forma más real el dolor de uno, que hoy debiera hermanarnos, no separarnos, en una fe convergente que una, lime asperezas y viva plenamente.

Hace algunos días veía con mis hijos una película de aquellas primeras de Cantinflas ataviado con su gabardina, clasificación ?muchas A?. Paradójicamente la cadena televisiva metió en los cortes solamente comerciales de contenido sexual; desde el obvio que anuncia condones, hasta otros que, como dicen los chavos, ?nada que ver?: Digamos, escenas bastante anatómicas de sexo para anunciar barniz para muebles, hasta otras de contenido homosexual para dar a conocer un nuevo estilo de podadoras... Así que no puedo dejar de aplaudir el éxito taquillero de Mel Gibson, y el hecho de que conmueva cristianismos aletargados. Pero así como unos despiertan con la cinta, otros debieran bajarle al tono, recordando las palabras de San Pablo al referirse al amor en su carta a los Corintios: ?Aunque yo tuviera el don de la profecía, y penetrase todos los misterios, y poseyese todas las ciencias; aunque tuviera toda la fe posible, de manera que trasladase de una a otra parte los montes, si no tengo caridad, no soy nada?.

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