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Contraluz / Hoy la Luna no sonríe

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Cuando la Luna exhibe esa imagen magistralmente descrita por Sabines como la sonrisa del gato, yo he llegado a pensar que Dios no puede ser ese señor de blanca barba y rostro serio que me enseñaron en el Catecismo. De alguna manera lo veo sonriendo al igual que la Luna, sobre todo los sábados por la noche, mientras se llevan a cabo fiestas en muy distintos puntos de esta urbe, y los enamorados funden sus emociones en un abrazo bajo el cielo.

Sin embargo hoy la Luna no sonríe; salgo de casa a recoger a mis hijos al filo de la medianoche, y luce distinta. Bajo el cielo la ciudad ha transformado su fisonomía como cada noche de sábado, las rutas de concreto son virtualmente tomadas por los jóvenes; por allá una camioneta de gran rodaje avanza quemando llanta en una vuelta muy aguda, de suerte que derrapa al hacerlo. Un grupo de chicas permanece charlando afuera de los carros, en un lote baldío improvisado como aparcadero, y los faros de muchas unidades me ciegan al momento de quedar frente a mis ojos, conforme avanzo.

Éste es el mundo nocturno de los chavos, un mundo al cual trato de abarcar sin prejuicios, deseosa por entenderlo. Abro bien los ojos para hacerlo mío por un rato; capturo imágenes, voces y tenores. Los despliego sobre la blanca cuartilla, y comienzo a percibir su naturaleza propia.

En este mundo hay jóvenes que van siempre un paso delante. Jesús es uno de ellos. Hoy cumplió quince, pero su actitud hace pensar que tuviera dieciocho, lo que provoca el asombro y la envidia de sus compañeros.

A los doce, mientras el resto del grupo andaba en bicicleta, él se desplazaba a toda velocidad en cuatrimoto por las calles de la ciudad. En verdad lo hacía con singular destreza para su edad, escurriéndose entre dos carros en movimiento, cuyos conductores lo veían aparecer frente a ellos intempestivamente.

Para los trece las reuniones en su casa eran singulares. Ciertamente no cualquiera sería invitado. A escondidas de su madre meterían él y sus amigos dos doces de cerveza, mientras localizaban alguna película para adultos con la parabólica. La mamá pensaría para sus adentros son cosas de muchachos, y se iría quedando dormida poco a poco, con su pequeñita de cuatro anos por toda compañía.

A los catorce Jesús se había vuelto el más popular de la clase. Para entonces ya se rasuraba, fumaba dando el golpe sin toser, pero sobre todo podía conducir y llegar tarde a casa. Lo veríamos pasar con el carro atestado de amigos como dueño y señor de la cintilla asfáltica. Para ese momento tomar dos o tres cervezas seguidas no le provocaría vómito como de más joven.

La madre parece comprender que la vida del sexo opuesto es otra, cuando mira a su pequeña entre sus brazos, acaricia con ternura sus delgados cabellos, y le planta un beso.

Hoy la Luna no sonríe, más bien, diría yo, se dibuja sobre el velado círculo allá en lo alto una mueca que parece denotar dolor o tristeza, como un llanto que se contiene para no ahuyentar a las titilantes estrellas y dejar la negrura de la noche vacía.

La impruedencia; la falta de pericia; la excesiva confianza del adolescente. El grupo animaba a Jesús a jugar arrancones sobre la avenida. El clamor de los compañeros dio al conductor suficiente ánimo para lanzarse. El silencio de la noche fue roto por el rugido de dos fieras de acero que, como en tantas otras especies, habrían de disputarse a muerte el liderazgo del grupo.

A la señal de fuera los carros arrancan; dentro se percibe la humedad del sudor y de la cerveza como una mezcla ácida. Cuando parece que va aventajando a su oponente, Jesús pierde el control de la unidad, se impacta, da dos volteretas, y queda de nuevo sobre los neumáticos, ahora totalmente destrozados.

...Era el mejor, el más popular, todos lo admiraban. Ahora yace inexpresivo entre hierros, mientras los socorristas tratan de liberar su cuerpo como un muñeco de trapo.

Hoy la Luna no sonríe; Dios deja caer una lágrima. La sombra de la noche devora las imágenes; la niña nada teme en brazos de su madre. Sueña con ser grande, y sonríe dormida.

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