En ratos me he preguntado cuál será la mejor forma de orar.
Los tiempos se tornan violentos; los eventos en derredor nuestro son progresivamente más bizarros, y parece reinar el mal.
He visto hacia el interior de las iglesias y templos, y he encontrado fieles orando. Algunos lo hacen de manera silenciosa e íntima, en un diálogo de su persona con el Creador.
Otros muchos vuelcan al exterior su alabanza. En ratos parece que la palabra de su predicación rebasa a su testimonio en los hechos.
He visto la oración multitudinaria entre alabanzas, y otra multitudinaria en el más profundo silencio.
Así que vuelvo a preguntarme cuál será la mejor forma de orar.
Volteo en derredor, y puedo ver a incontables personas que hacen el bien.
Y entonces comienzo a entender que una forma real de alabar a Dios, es a través de los hechos.
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He hallado un personaje que me inspira para aprender hacerlo a conciencia.
Lo miro en las esquinas cada mañana, desde temprana hora. Se levanta poco antes de las cinco, y sale con su atado de diarios al filo de las seis.
Su figura es menudita; su rostro está marcado por el tiempo con un millón de surcos; su piel recuerda el bronce, y su cabello la nieve.
Puntual cada mañana, vende sus periódicos don Timo; aún con su manojo de décadas a la espalda, sabe correr para alcanzar al conductor que solicita el diario.
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Aquella mañana un viento invernal se colaba por todos los rincones. Dentro de casa podía percibirse cuando entraba chiflando por las rendijas, anunciando travieso la entrada de diciembre.
Tuve que salir a cierta diligencia, muy en contra de mi voluntad. Las calles lucían desiertas, sólo transitaban por las aceras los personajes de rigor, nadie más.
Allá, en la esquina de siempre, don Timo luchaba contra el viento. Esa mañana portaba una chamarra verde de plástico con capucha, por lo cual su rostro apenas podía verse. Entre dos postes se aferraba al suelo para no ser llevado por el viento helado, mientras esperaba alguna venta. Sin embargo el montón de periódicos parecía no bajar, a pesar de encontrarse a mitad de la mañana.
Un alma que posiblemente busca redimir sus faltas, se aproximó a él con un pan y una bebida caliente. Seguramente don Timo está tan cerca de los ángeles, que sus necesidades son atendidas en el breve plazo sin más. Pude observar cómo intentaba corresponder a su vez con un periódico, a lo cual aquella persona se negó un par de veces. No pude ver más, pues la luz había cambiado, y tuve que avanzar. Haciendo cuentas mentales por un momento, supuse que con la baja venta de esa mañana, don Timo, con aquel diario, hubiera obsequiado toda la ganancia del día.
?Fue en ese momento cuando entendí finalmente el sentido de la oración. Es alabar a Dios con los actos, cualesquiera sean las circunstancias.
Es amarlo como él nos ama, pese a los dolores y las incomodidades del momento.
Es proclamar su nombre aún cuando la incertidumbre nos cubra cual sombra densa.
Es tener la confianza para depositarnos en sus manos mansamente, como hace un niño pequeño en brazos de su madre.
La mejor forma de orar es actuar con entusiasmo, de servir, compartir lo poco que se tiene.
Es hallar el rostro de Jesús en aquél que extiende la mano para dar, y ofrecerle lo poco que se tiene con el corazón dispuesto a entregarle todo.
Orar es eso, pararse en una esquina sin renegar por el clima, por el viento, por el hambre o por el dolor de huesos que trae la vejez del cuerpo.
Es hallarse presto al llamado de quien lo solicite, para correr como hace don Timo, a entregar su mercancía, sintiendo que Dios lo bendice con cada peso ganado.
Orar es hacerlo desde que uno se levanta hasta que se acuesta, dentro del templo o fuera de él. Es hacerlo sin aspavientos ni sermones. Hacerlo de la manera más sencilla, con la humildad que tuvo Jesús para nacer desnudo entre las pajas de un pesebre.
Él siendo rey de reyes, no pidió otra cosa. En cambio nosotros muchas veces actuamos como si mereciéramos un trato de soberanos.
Así que ahora, cuando flaquea mi fe, simplemente me asomo a la esquina. La figura menudita de don Timo, me enseña lo que es amar a Dios.