Juanita Guadalupe lucía como una reina. Un porte elegante y un rostro armónico eran sus mejores galas. Ella era la dueña de la fiesta; se movía de aquí para allá como quien ha ensayado durante muchos días para desenvolverse durante la gran ocasión.
Alguna vez mi hija Eréndira ?romántica incurable- me preguntó cuál había sido la fiesta más bella a la que había asistido. Me puse a narrar eventos que por alguna razón resultaban singulares, sin poder definir la fiesta más bella, hasta esta noche cuando asistimos a los quince años de Juanita Guadalupe.
La caída de la tarde en el mes de junio está lejos de proporcionar un alivio al calor del verano nigropetense. La misa se llevó a cabo en la iglesia de Villa de Fuente, edificio que se erige indemne por entre construcciones reconstruidas o semi-derruidas por la inundación del pasado abril. Para llegar a ella hay que pasar por una serie de calles que muestran claras huellas de lo que la naturaleza es capaz de hacer cuando no se le toma en serio.
La iglesia lucía abarrotada; en la misma ceremonia se celebraban un matrimonio y dos quinceañeras; Juanita Guadalupe destacaba a la distancia; escuchaba atentamente las palabras del presbítero, aunque de cuando en cuando volteaba a preguntar por su mamá. Desde el sitio donde me había instalado con mis hijos, no lograba ver a Norma, la madre de la quinceañera. A mitad de oficio pude verla aproximándose a las bancas delanteras, sudando copiosamente y andando con dificultad, apoyada en su esposo.
De allí nos movilizamos al salón en donde el calor no parecía querer desprenderse del ambiente; la madre de la quinceañera continuaba visiblemente afectada, tanto por el clima como por el sonido estridente de la música, pero estaba decidida a acompañar a su hija en la gran ocasión que venían planeando desde tiempo atrás.
Norma era una enfermera particularmente guapa, alegre y activa, hasta el día cuando un malestar empezó a aquejarla años atrás. Luego de varias consultas y algunos estudios, las cosas comenzaron a verse más serias de lo que se pensaba, y su situación se tornó crítica. En poco tiempo aquella mirada viva se había borrado de su rostro, y hubo ratos cuando sus familiares sintieron que la perdían.
La fase aguda de la enfermedad se convirtió en largas y penosas semanas de convalecencia, y en una recuperación parcial. Normita ganó la batalla al Gran Jinete Apocalíptico que pretendía arrancarla de este mundo. Su rehabilitación ha sido lenta, parcial, y la limita para valerse por sí misma.
Aquella noche, desde la iglesia hasta el instante cuando ella hubo de retirarse del salón porque los ruidos y el calor la agobiaban, pude constatar de un solo golpe de vista, lo que siempre había sabido. Norma ha salido adelante por el amor de su familia. Ella tiene limitaciones físicas, pero es un ejemplo de fortaleza ilimitada, de ideales que van más allá de lo que su mano puede trazar en el firmamento. Ella, su madre, su esposo, sus hijos y sus hermanos, han sido un testimonio vivo, claro y contundente, del amor de Dios entre los hombres. No recuerdo por un solo momento a ninguno de sus seres queridos en otra actitud que no fuera la de solícito apoyo a todas y cada una de sus necesidades. Cuando la joven quinceañera bailó el tradicional vals al lado de su padre, pude ver en medio de la pista a dos grandes triunfadores, que han sabido vivir una vida de entrega como pocos seres humanos serían capaces de hacer.
Normita se retiró antes de la medianoche, y lo hizo entre el llanto, pues hubiera querido estar hasta el final al lado de su hija, como siempre ha sabido estar, a pesar de los momentos tan difíciles por los que ha pasado.
Enfrentar la enfermedad propia o del ser querido; vencer a la muerte; salir adelante con entusiasmo, fe y propósito. Tender redes que sostengan al que flaquea, y seguir el camino hombro con hombro, sin perder el paso? Trocar lágrimas por sonrisas; ayes por cantos; sombras por deseos de ver? Enseñar que Dios existe porque los ha tocado para siempre. Vivir lo que a cada cual toca sin renegar de la suerte propia; entender que todo tiene un porqué y un puerto. Asirse de la fe en medio de las fuertes corrientes de la duda humana: Es lo que se celebró esa noche, es lo que convirtió aquélla en la quinceañera más bella a la que he asistido.