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Contraluz / La ruta del salmón

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

A quienes tuvimos la fortuna de ver nacer un nuevo milenio, nos ha tocado vivir en una época de particulares cambios. Los conocimientos del hombre en ratos lo rebasan, y el valor de la familia se cuestiona y se mina. El chico desde temprana edad enfrenta el mundo por su propia cuenta, y para ello debemos proveerle de las herramientas necesarias para avanzar exitosamente. Sin embargo sucede que papá y mamá muchas veces tienen limitado el tiempo real frente al hijo, por lo que él irá aprendiendo a enfrentar los retos por intuición.

Hace treinta años se llegaba a la adolescencia con muchos vacíos de conocimiento, pero en un entorno seguro. El púber comenzaba a explorar su propia sexualidad de un modo benigno, e iba asimilando el conocimiento poco a poco. Hoy en día el niño pequeño con frecuencia se topa de frente con situaciones reales o ficticias con un alto contenido pornográfico. Su conocimiento respecto al sexo es sumamente temprano, violento y bizarro, y pequeño no está en condiciones de asimilarlo.

Algo parecido sucede con otros aspectos de la existencia del joven. Padres distantes en ocasiones tratan de llenar la brecha entre ellos y los hijos con bienes materiales. Desde el padre que regala a su hijo de once años un vehículo motorizado y le otorga el consentimiento para transitar libremente por la vía pública, hasta aquél que tapa los silencios entre él y el hijo con billetes, en muchas ocasiones a costa de la propia economía familiar. En uno y otro caso el chico está recibiendo el mensaje equivocado. Por un lado es incapaz de reconocer los límites para su propio comportamiento, y por el otro asimila que los afectos se ganan con bienes materiales.

Tenemos además el padre que, azuzado por un mundo altamente materialista, trata de dar al hijo bienes materiales para que ?en su concepto- los demás lo acepten.

Como que a los adultos no ?nos ha caído bien el veinte? para entender que a la vuelta de la esquina se hallan al acecho los grandes asesinos de las ilusiones de nuestros hijos: Tempranamente se toparán de frente con quien les ofrece ?un viajecito? con el argumento convincente de que no pasa nada, y que ?es de cuates? aceptar el ofrecimiento. Asimismo se hallarán en situación de participar en diversas actividades ya sea de orden sexual, o rayando en lo delictivo, que encontrarán difícil rechazar, coaccionados por aquello de que ?si no le entras, no eres hombre?.

Con las chicas sucede algo similar. Aunque por su propia formación son sometidas a menor presión que el varón, ésta no deja de existir. El grupo de muchas maneras acepta, rechaza o cuestiona a la chica por considerar que su comportamiento vaya o no de acuerdo al del grupo.

A quienes nos encontramos cerca de los jóvenes, y de alguna manera tenemos conciencia del mundo real que deben enfrentar desde ahora, nos toca enseñarles la ruta del salmón. Ese pez que siente la necesidad absoluta de nadar en contra de la corriente para alcanzar su propio objetivo, cuando era más sencillo simplemente dejarse llevar por la fuerza del agua y no desgastarse en el esfuerzo.

La Naturaleza ha impreso una particular fortaleza en el salmón para este trance, de manera que hasta el color de su carne se modifica, con miras a proveerle suficiente reserva para nadar y nadar, y no cejar en el esfuerzo.

De esta manera han de avanzar nuestros chicos. En contra de todos aquellos elementos que llaman a la destrucción, a la pasividad, al abandono de los propios ideales. Con la suficiente fortaleza para evitar caer en las trampas verbales que cuestionan su integridad o su hombría. Para mantener muy en alto que el valor de la persona radica en el ser, y no en el tener o en el aparentar. Y que para ser lo mejor de uno mismo, se requiere denuedo, trabajo y fe. Que las cosas que finalmente valen, no se dan por generación espontánea ni se compran con dinero. Y que el amigo que nos señala nuestros errores es finalmente el que se arriesga a perdernos por hacernos ver nuestra equivocación.

La ruta del salmón: Hacia arriba, con todo lo que se es, movidos por un ideal del que se sacan fuerzas para no cejar.

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