Luego de estas nuevas lloviznas por aquí y allá, vienen creciendo irrefrenablemente girasoles en todo tipo de terrenos, desde las grandes áreas que esperan el trabajo del constructor para transformarse, hasta los baldíos más insignificantes entre un jacalito y el siguiente. Brotan girasoles en incontenibles oleadas, dotando de un amarillo-vida al paisaje.
De esta forma me he gozado en los últimos meses entornando la mirada a cualquier rincón, sabiendo que los girasoles van a aparecerse uno tras otro, en grandes grupos, colocándose por encima de cualquier inmundicia que pueda haber sobre el suelo, y de la cual sólo habrá de llegarnos, a lo más, cierto olorcillo fétido.
Hace unos cuantos días asistí a la presentación para la ciudad de Piedras Negras, del libro Nunca es Tarde, noveleta didáctica escrita por el maestro en educación Gerardo Castillo Rodríguez. El evento se llevó a cabo en las instalaciones de la UANE Piedras Negras, a donde el maestro acude a dar cursos. Hallé en su persona un gran idealista cuya convicción queda plasmada en cada una de las páginas de la obra, y se cuela en toda su conversación. Es agradable encontrarse idealistas convencidos de serlo, en una época en que el materialismo está comiendo las entrañas de nuestra sociedad... Escuchar el testimonio de quien sigue considerando que la piedra angular de los pueblos es el amor resulta vivificante, cuando nos rodean elementos que tienden a dirigir nuestra atención hacia las apariencias, dejando completamente de lado lo que es la esencia del individuo. Enarbolar la convicción de que como seres humanos valemos porque somos, al margen de posesiones o poder, es grato para los cansados espíritus. Regresar al núcleo primigenio de la familia, y envolvernos unos a los otros en un gran abrazo universal que sane, fortifique, nutra y genere entusiasmo para salir al mundo a seguir, cada cual, su estrella.
En esta semana llegó mi hija Eréndira, de catorce años, con la novedad de que sus compañeras nos habían calificado de ?rara? a ella, y de ?patética? a mí por no ver Big Brother. No pude menos que reírme del comentario, dado que en casa somos más selectivos con nuestra programación, y no hallamos sentido en estar contemplando a una bola de perezosos tumbados en los sillones batiendo la lengua sin sentido, lo que, en estricto apego a la palabra, SÍ resulta patético.
En fin, de este modo se maneja nuestra actual sociedad, pasando del materialismo al consumismo, a la palabra vana? El chisme se posa como la reina de todos los males, y estamos dispuestos a destrozar vidas, verdades e historias con el filo de una lengua aguzada. La agresividad se respira en el ambiente, a donde volteemos vamos a encontrar hechos lesivos del hombre para con el hombre. Y ahora, ¿vamos a volver a casa en ese mismo tenor de agresividad? Francamente, yo prefiero el calificado como ?patetismo? de hacer algo distinto que me permita reencontrarme conmigo misma, y hacer de los ratos de convivencia familiar algo positivo.
Volviendo a la palabra, la calificación recibida por las amigas de mi hija, me hizo recordar las sinfonías de nombre Patética, de Beethoven la una, y de Tchaikowsky la otra. Recuerdo a mi padre escuchando aquel segundo movimiento de la séptima del sordo de Bonn con una mezcla de lejana nostalgia y dulce recreo en sus ojos. Me atrevo a suponer que evocaba a un amigo ya desaparecido para entonces, quien lo introdujo en la apreciación de la música clásica. Además miraba con simpatía que yo, en lugar de escuchar la obra, la silbara, siguiendo cada uno de los acordes en aquel adagio que parece autorretratar al Beethoven atormentado por un amor imposible.
En fin, así como los girasoles llenan cada rincón de nuestras tierras, de igual modo nos encontramos libros idealistas, escritores soñadores, padres evocadores, hijos que guardan espacios mágicos para sus momentos de recrear memorias. Y sabemos que por más emulación al materialismo, al consumismo, al hedonismo y a la molicie, que se lancen como estilos de vida, siempre habrá un camino alterno, ciertamente más escarpado, que se avanza en completa soledad. Es el camino menos popular, aquél donde no hay una porra que nos impulse a avanzar y otra que espere nuestra llegada. Es, finalmente, el camino interior que nos va a llevar al centro de fuego de nosotros mismos. Pero en verdad que vale la pena andarlo palmo a palmo, porque en ello está la esencia de poder decir desde hoy, hasta el final del camino, ?vale la pena vivir?.