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Contraluz / Momento de reflexión

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

En días pasados cumplí veinticinco años de haber presentado mi examen profesional en la carrera de Médico Cirujano. A las diez de la mañana del pasado lunes diecinueve, evoqué la mezcla de sentimientos y temores que me invadían hace ya un cuarto de siglo, cuando los médicos del jurado calificador me indicaron el paciente al cual debía interrogar y posteriormente explorar. Me recuerdo sudando copiosamente, lo que habitualmente hago, agravado el asunto por el nerviosismo que me recorría de pies a cabeza. En aquellos momentos me parecía que no sabía ni jota de Medicina, y que no iba a poder diagnosticar a mi paciente. No sabría ubicarme en tiempo, igual pudieron pasar treinta minutos o tres horas, sólo recuerdo un suspiro de alivio cuando terminó la deliberación de los integrantes del jurado, y escuché aquella palabra que tanto había ansiado escuchar: Aprobada.

A estas fechas volteo a ver esos veinticinco años de ejercicio profesional. De alguna manera la Medicina ha sido un propósito de vida irrenunciable, aunque es difícil actuar con el espíritu en alto, inmersos en el contexto de un mundo altamente mercantilizado, en donde los tiempos y los espacios deben administrarse.

Aquella profesión tan próxima a un sacerdocio; médicos que cobraban lo que el paciente pudiera pagar; muchas veces cargando con granos, frutos o aves, como alguna vez me refiriera un galeno de aquéllos que consultaban a domicilio. La carrera que yo elegí estudiar, ha sufrido grandes modificaciones a la fecha. En primer lugar el paciente es un individuo con un importante nivel de cultura médica, el cual cuestiona y demanda buena atención. La información médica está al alcance de cualquiera que la busque, y el médico debe saber barajar los elementos para un diagnóstico acertado, y un tratamiento oportuno y eficaz. Sigue vigente la concepción de servir a otros, aunque en ocasiones tengamos que condicionar este servicio, ya no por otra cosa, sino por nuestra propia seguridad.

En los tiempos actuales, cuando las demandas en México están a la par que en otros países ricos, el médico tiene que asegurarse de pisar firme para no resbalar. No es seguro andar haciendo favores ante un paciente, cuando las cosas se pueden revertir en contra nuestra, máxime dentro de lo que es la medicina institucional.

Con frecuencia sucede en el servicio de urgencias: Un pacientito con un padecimiento que lo obliga a permanecer internado; la madre apela a nosotros pidiendo de favor que demos de alta al pacientito en ese momento por razones más allá del paciente mismo. Si lo hacemos, estamos asumiendo que si algo sucede al paciente por haber salido del hospital antes de lo debido, la responsabilidad es nuestra?

Otro caso es el de la persona conocida que fue a consultar en forma privada al especialista del momento; le indicó un medicamento de elevado costo? Ahora el paciente presenta un síntoma agregado; es fin de semana, el paciente o sus familiares buscan al especialista y no lo encuentran ni con lupa. Se quedaron descapitalizados para acudir a otra consulta privada. Entonces llaman a las once treinta de la noche diciendo: ?tú disculparás, pero por la confianza que hay quiero preguntarte esto o aquello?.

Un tercer caso es el de aquéllos que llegan directamente con el paciente al domicilio particular del médico que no consulta en el mismo, y exigen atención. El paciente o sus familiares saben que existen servicios de urgencias que sí atienden las veinticuatro horas, pero llegan hasta las puertas de la casa esperando recibir atención, y se molestan si no se les atiende. El médico como todo trabajador en este planeta, tiene derecho a su privacidad familiar. Si él no se anuncia en su domicilio particular, y en la ciudad existen alternativas, se espera que el paciente recurra a las instancias correspondientes. Por otra parte, las consultas que nosotros llamamos ?de pasillo?, donde se nos aborda pidiendo un diagnóstico y una sugerencia de tratamiento, así como así, son un arma de dos filos. Sin el apego al estricto estudio clínico, fácilmente podemos equivocarnos, lo que no es ético. Amén de que puede llevarnos a una cuestión jurídica, donde quien pidió el favor nos ponga una demanda.

Veinticinco años: Me asombré en 1972 cuando conocí el primer microscopio electrónico; ahora no me asombran los avances de la ingeniería genética. Muchas cosas han cambiado en derredor; de alguna manera hemos tenido que aprender a no ser sorprendidos en nuestro actuar profesional. La idea romántica del médico sacerdote ha quedado en las páginas de la historia; la realidad actual exige un profesional que actúe con ética, conocimiento y amor a la camiseta, manteniendo el equilibrio entre su actuación como persona, dentro de la familia, y ante la sociedad.

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