Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Contraluz / Navidad en tres tiempos

Dra. María del Carmen Maqueo Garza

Primer tiempo

Algo trae al espíritu de la entrante Nochebuena. El ambiente comienza a vestir sus mejores galas de oro, granate y esmeralda. Nos invade una alegría contagiosa, que invita a dejarse llevar por la emoción de niños. Dan ganas de cantar, de regalar; la expectación llena los corazones de grandes y chicos.

Nochesbuenaaaas, estrellas? Manuel con su segundo año de primaria no sabe que se dice nochebuenas. En la punta de un palo de madera lleva acomodados unos armatostes de plástico, burda imitación de nuestras elegantes poinsetias. Más abajo titilan con el movimiento a la luz de los vehículos del atardecer, un montón de estrellas azules y amarillas de papel laminado. Junto a Manuel y Magdalena camina el pequeño José. La noche es particularmente fría; el pequeño busca engañar del frío sus manitas morenitas, sucias y ásperas. Su marcha a esta hora es cansada; ha recorrido la mitad de la ciudad desde primera hora de la mañana; hoy sólo han vendido un par de estrellas. Se apresuran a desandar sus pasos hasta el albergue, y tratar de llegar a tiempo para alcanzar la cena. El pequeño ya no siente las piernas, y a poco tropieza. Magdalena camina en silencio, la acompañan las imágenes de su lejana huasteca hidalguense; parece sentir el calorcito del fogón; llega hasta su nariz ese olor a leña que penetra la ropa, y a su boca viene el sabor de los buñuelos?

Segundo tiempo

No pueden faltar las compras de último momento. Las tiendas se hallan abarrotadas; no es posible explicarse de dónde salió tal tumulto de clientes desesperados que se apelotonan en las cajas, urgidos por pagar primero. Los estantes van quedando vacíos, y las pocas mercancías se hallan en un desorden absoluto.

En los hogares se prepara la cena: Pavo; jamón ahumado; bacalao capitalino; tamales norteños en hoja de elote, y otros en hoja de plátano, al estilo del Golfo. El ambiente se impregna con el olor dulzón del ponche de frutas. Algunos lo toman en una humeante taza, y se antoja la forma en que absorben las cañas henchidas. Por acá los niños corren llevando luces de bengala, gozan y brincan conforme el resplandor vivo de la punta se hace cada vez mayor; alguno que otro llora agudamente, luego de tocar con sus deditos la punta candente de la varilla.

Por allá queda el caserío. Para llegar a él hay que sortear la gran oquedad que han dejado los trabajadores del Municipio que arreglan el drenaje profundo. Los señalamientos que los mismos vecinos han colocado no se ven durante la noche; aquello que parece una boca de lobo. Lámina, cartón y algunos pedazos de lona amarilla de los que dejó la inundación del pasado abril, sostenidos por una estructura de palos de mezquite, conforman la vivienda. La humedad entra por los pies y llega hasta calar en los huesos. No hay mucho con qué mitigar el frío. Grandes y chicos, jóvenes y viejos, se guarecen uno junto a otro mientras terminan de asarse los elotes que consiguieron en el automercado. El brasero deja elevar una columnilla negruzca en medio del contingente que espera, con aquel dolor de tripas tan añejo, al que se han acostumbrado.

Tercer tiempo

¿Jesús?, ¿Quién recuerda aquellas cursilerías de la doctrina? La resaca de la posada ha dejado un dolor de cabeza, ganas de vomitar, y una sed que no se mitiga. En ratos un frío intenso recorre todo el cuerpo, y poco después el calor de los cobertores abrasa, y los lanzamos entre sofocos. La estridencia de la música aún retumba dentro de los tímpanos, y vienen imágenes desdibujadas por el humo del cigarro. La cuestión era convivir, dejarse llevar por el ambiente festivo del reventón. Habrá que dormir, tomarse un par de cervezas, y prepararse para seguirle esta noche; Navidad es sólo una vez al año, y hay que aprovecharla.

Los elotes tostaditos, con una pizca de sal, calmaron en mucho el dolor que sentían los pequeños. José no corrió con la misma suerte, pues para cuando llegaron a la puerta del albergue, ya lo habían cerrado. Tuvieron que conformarse con dormir en un resquicio de la barda exterior, cuidándose de no ser vistos por la patrulla del rondín. El frío cala muy dentro, los tres pesos de la ganancia sirvieron para comprarle al niño un pastelillo en la farmacia de enfrente. Algún ángel dejó caer los polvos del sueño sobre las tres figuras vueltas una en el abrazo cálido del padre. La Nochebuena se cumple una vez más entre nosotros; llega puntual el milagro de Dios hecho hombre.

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 122732

elsiglo.mx