?Imagine there?s no countries,
it isn?t hard to do.
Nothing to kill or die for.
No religion too.??
John Lennon
En días pasados hube de cumplir una tarea del Taller de Narrativa en el cual participo. Se nos encomendó la lectura de la obra Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Habrán pasado más de treinta años desde cuando tomé por primera vez el libro, y debo ser honesta, hay una brecha cultural entre el Platero de entonces y el de ahora. En esta ocasión me encontré trayendo a flor de piel retazos de mí misma que posiblemente nunca hubiera hallado entre las aguas agitadas y en ratos turbias que representan nuestra propia historia personal.
Así fue como descubrí a Jiménez evocando un cielo ?Moguer- en los caminos polvosos de la tierra que es una sola para todos, pero en la palabra sentida del poeta se transforma en algo precioso. El que sabe hallar palacios señoriales donde quizás sólo existe una pila de piedras semidestruidas, vestigio de un pasado que ya no está.
Así es la poesía, así un libro nos dibuja el mundo ideal partiendo de trazos imperfectos cuya conjunción los hace imperecederos.
Se habla de otorgar el Premio Nóbel de la Paz a Bush o a Blair; situación arbitraria, pues igual pudieron proponer a Osama Bin Laden o a Saddam Hussein. Los cuatro han participado en el juego de ajedrez, y resulta arbitrario que se tome en cuenta solamente a los blancos, y se desdeñe a los oponentes, en una guerra que aún no termina, y cuyo saldo rojo sigue tiñendo día con día los hogares de hombres y mujeres que fueron al frente de batalla a dar todo por el suelo que los vio nacer.
Ninguna guerra es recurso para imponer un concepto muy particular de paz a un precio de sangre. Pero tal parece ser el estado de cosas en nuestros tiempos; deslumbran los protagonismos, cautiva el poder, se premia el dominio...
Es por ello que hoy más que nunca es urgente dar a la lectura el valor que merece. Los libros llegan a ser sanadores, transformadores; resarcen, confortan, orientan. Son los mejores amigos que nos hablan entre susurros y no se humillan cuando los dejamos olvidados sobre algún mueble, quizás hasta treinta años antes de retomarlos.
Hablamos de clubes del libro; abundan las iniciativas para mejorar la lectura de comprensión, empezando por los mismos maestros a los cuales la SEP en este momento da cursos intensivos. Y es de esperarse que el cambio venga en cascada hacia los alumnos, y siga como una gran corriente que nos ubique en el contexto mundial dentro del cual nos ha tocado vivir.
John Lennon fue un gran idealista, hasta el fatídico martes ocho de diciembre de 1980, cuando fue ultimado absurdamente, cerrándose con su muerte uno de los grandes movimientos pacifistas del siglo veinte.
Quizás de sus canciones la que más lo representa sea Imagine, para los puristas una canción subversiva, pero más que aplicable en situaciones de las llamadas guerras santas, en las cuales en nombre de Dios una nación se vuelca con crudeza en contra de la otra, y se inmolan sus hijos sin piedad, por una causa que se presenta como justificada a las madres cuyo dolor de ver morir lo más amado han de guardarse para ellas mismas.
Bush y Blair; Bin Laden o Saddam Hussein. Los contendientes de un ajedrez maligno que ha hecho zozobrar al mundo en el corazón de sus hombres, sus mujeres y sus niños.
Urge llamar a la paz dentro de nuestro fuero interno y en el seno del hogar. Llamar a la lectura de comprensión; entender que la poesía no es entretenimiento cursi y estéril, sino sublimación del pensamiento más elevado del hombre.
Allá afuera una paz paradójica y absurda. En nuestro entorno inmediato la paz de un Gandhi; de un Lennon, de una Teresa de Calcuta; una paz auténtica, buena, hermanadora, que borre fronteras y ?como el poeta- nos haga un cielo con el polvo de los caminos.
