Jaime y su señora se apresuraron a tomar las cosas que habían preparado con mucha anticipación para ese día. El reloj marcaba las tres de la tarde; justo el tiempo para salir, recoger el pastel, y llegar antes de las cuatro al conocido local donde se llevaría a cabo la piñata.
Luisa dejó la piñata de Bob Esponja, cuidando que las patas del cuadrado personaje, con sus medias a rayas, no fuera a dañarse, mientras ayudaba a Jaime a subir las cosas. La cajuela del Neón apenas pudo contener todo: Aparte de la gran caja con las bolsas del festejo, iban el mantel, la leyenda multicolor de Feliz Cumpleaños, y la caja con premios para los diversos juegos. Varios refractarios con la comida para los adultos que robaron mucho espacio para colocar la piñata, la que finalmente fue transportada en el asiento trasero del vehículo, al lado del pequeño.
Mientras todo esto sucedía el pequeño Axel brincaba de aquí para allá. Pocas veces habían visto en su cara tanta felicidad. Cumplir cuatro años es algo importante en la vida de un niño, y más cuando es hijo único.
3:08: Justo el tiempo necesario para estar con oportunidad antes de que alguno de los invitados tempraneros pueda presentarse en el local de fiestas. Luisa se da una última revisión a su maquillaje en el espejo luminoso del carro, mientras Jaime enciende la marcha. El último en subir es Axel; no pudieron convencerlo de dejar en casa el carrito rugidor que le llevó su tío Manolo aquella mañana.
Luisa lucía esplendorosa; mientras se veía en el espejo alcanzaba a ver de reojo al pequeño Axel platicando con el personaje de Bob Esponja como si fuera un amiguito de su edad. Pudo recordar cuando lo traía entre sus brazos siendo aún muy pequeñito, evocó con nostalgia aquellos tiempos cuando tenían sólo el viejo ?vocho?; dormido entre sus brazos parecía tan tranquilo, ¡quién lo viera ahora, hecho un perico! Luego se deleitó recordando cómo, con mucho esfuerzo, pudieron cambiar a un carro del año. Para entonces Axel había cumplido un año, y lo acomodaba muy bien de su lado; abría la ventana y el niño saltaba y reía de gozo sintiendo cómo el aire revolvía sus cabellos. Pronto las cosas mejoraron, y Jaime pudo comprar la vagoneta familiar donde Axel gozaba ?manejando? con su papá. Sentado en su regazo, y poniendo sus manitas encima de las de su padre, mientras éste conducía.
Cuando Seguridad Pública empezó aquella campaña del asiento de seguridad, Conchita, hermana de Luisa, les prestó el que ella usaba cuando viajaba a los Estados Unidos con su hijo pequeño. Sin embargo fue por demás, Axel terminaba zafándose del mismo, hasta que sus padres se convencieron de que era labor inútil querer sujetarlo.
Es por todos conocido que los regiomontanos circulan a altas velocidades. Guadalupe ha sido de las áreas más tranquilas, aunque no se escapa de los mismos fenómenos que afectan a Monterrey y el resto de municipios conurbados. La avenida principal lucía congestionada aquella tarde, y era precisamente sobre ésta a donde debían llegar por el pastel. Colón llevaba una fluidez buena para la hora, por lo que muchos la tomaban para alcanzar Guadalupe. Jaime y Luisa miraron el reloj electrónico; tenían sólo quince minutos para recoger el pastel y llegar a tiempo. Luisa localizó dentro de su bolso la nota de pago con la que recogería el ?pastel de quequitos? alusivo a Bob Esponja. El carril derecho de la Guadalupe se hallaba en ese momento libre, lo que facilitó que Jaime tomara cierta velocidad para aproximarse al local. En la esquina con la Colón, sin saber ni cómo, apareció un Ecotaxi a alta velocidad, y en ese momento ocurrió la colisión.
El aturdimiento inicial dio paso a una angustiosa revisión; los esposos se miraron uno al otro, y de inmediato voltearon buscando a Axel; el Bob Esponja había quedado incrustado en el hueco entre el asiento y el vidrio posterior. ¡Axel no está¡ Sin reparar en sus propias contusiones, ambos padres intentaron ansiosamente salir a buscar al pequeño. Con el impacto, la puerta del lado de Luisa se atrancó, su desesperación crecía segundo a segundo mientras luchaba infructuosamente contra la mole de hierros retorcidos.
De alguna manera lograron liberarse; como por inspiración divina supieron de inmediato dónde se hallaba Axel, quien con el impacto salió disparado por una ventana, y fue a dar a cinco metros, sobre la cintilla asfáltica. Milagrosamente la lentitud del tráfico impidió que algún vehículo pasara encima de él.
Corriendo desesperadamente entre los carros, Jaime y Luisa clamaban ayuda para su niño. La lasitud de sus extremidades lo hacía ver como un muñeco de trapo. Pronto llegó la ambulancia, y a partir de ese momento todo fue una confusión de sirenas, chirridos, un calor sofocante, temblor de manos y piernas, pero sobre todo el rostro del niño, pálido y mudo, mientras un hilillo de sangre manaba gota a gota desde su oído izquierdo hasta alcanzar la mano de Luisa.
Toda aquella nebulosa terminó de golpe, el Universo se colapsó en un gran hoyo negro: ?Lo sentimos, el niño ha muerto?.