Con gran sorpresa me enteré mediante la columna Rosa Mexicano de ayer sábado 17, de lo que parece haber de bochornoso en la remoción del director de un encumbrado instituto de educación en la ciudad de Saltillo. Un alumno con historial de mala conducta, entró a robarse el examen para el cual no había estudiado; no lo halló, pero en cambio se topó con la cartera del maestro, misma que contenía el importe total de su quincena. El alumno sustrajo el efectivo; el director investigó los hechos e impuso la baja del alumno. Lo inusitado del asunto: El director se va, y el alumno se queda.
Hecho que finalmente no debe sorprendernos, en un mundo que se maneja mucho obedeciendo a elementos como el poder y el dinero. Hecho del corte de tantos y tantos delitos que se maquillan, se atenúan, o se acallan por tráfico de influencias. Sin embargo, partiendo de que los hechos narrados hayan ocurrido como se dicen, lo que más me apena, es el alumno. En estos momentos lo imagino pavoneándose por los pasillos de la institución como el gran ganador; quitó a un director; seguramente al rato va a querer quitar al obispo o al presidente. Sin embargo se derivan una serie de conceptos que a la larga van a dañarlo en su vida. Citemos lo que él está aprendiendo con estos hechos:
Contestar un examen con excelencia es la meta.
Matarse estudiando es una idiotez.
Robarse una cartera es una oportunidad que no se desperdicia.
Aunque no lo necesite, me lo hallé, es mío, y me lo gasto.
Que se quede el maestro sin dinero para la quincena, no es mi bronca.
Hacer lo que se me venga en gana una y otra vez, es demostrar que las puedo.
?Al cabo que mi papá lo arregla en un ratito.
A cualquier persona que me estorbe en mis propósitos, la quito.
¡Ahí nomás para que vean de qué estoy hecho! Ya quité al director.
Un chico en plena adolescencia pide a gritos un marco de referencia para su desenvolvimiento. Pide, aunque parezca todo lo contrario, que le marquen límites, para aprender a manejar sus capacidades y sus limitaciones.
Nosotros como padres, cometemos un error al ponerlo entre algodones y resolverle cualquier eventualidad.
Ojalá que este chico tenga a sus padres por muchos años, porque al no contar con un marco de referencia, fácilmente va a dar una desbarrancada que puede resultar mortal.
El gran mal de nuestros tiempos consiste en vivir alejados de nuestro yo interior. Vivimos de la piel para afuera, de los ojos para afuera, de los dientes para afuera. Actuamos en la interrelación, pero evitamos la introspección. Evitamos conocer lo que somos, lo que queremos, y cómo vamos a lograrlo. No sabemos convivir yo-conmigo, para trazarnos un proyecto de vida y lanzarnos con todo lo que somos, para alcanzarlo.
El fomentar en un chico el espacio para que él entre en contacto con su yo interior, es definitivamente el mejor regalo que podemos hacerle como padres o como maestros. No permitir que esto suceda, es posiblemente el mayor daño que podemos hacerle. Enseñarlo a manejarse por influencias o por dinero, es colocarlo en un mundo flotante, que en cualquier rato truena y desaparece. Lo hemos visto con el más bragado.
La vida implica un constante estado de alerta, es prepararnos en mente y espíritu para enfrentar lo que pueda venir mañana. Es mantener la guardia en alto para evitar ser dañados. La preparación es una importante herramienta que nos permite avanzar en el camino. Por otra parte, fincar nuestra valía en elementos que están más allá de la propia persona, es actuar fuera de la realidad sostenible, y dista de ser la mejor opción.
Nos movemos definitivamente en un mundo de apariencias, y es difícil sustraernos. Hace un par de días mi hijo Amaury decidió invitarnos a su hermana y a mí a comer pizza, haciendo uso de un vale que marcaba ?pizza para cuatro?. Era viernes, el final de una semana bastante agitada, y aquella opción me cayó de perlas. Acudimos al negocio de la localidad de pizzas y videojuegos. Cuando anunciaron la orden, y mi hijo la recogió, lo vi venir algo contrariado. Llegó a la mesa con una pizza individual cortada en cuatro pedazos, y un único refresco; en ese momento comprendí el engaño. El vale debió decir ?pizza chica cortada en cuatro?; lo peor es que no íbamos preparados para más, el golpe no fue mortal sino dietético, y aquí estamos luego de haber aprendido algo nuevo.