En lo particular siempre he admirado a todos aquéllos que tienen el don de convertir en imágenes su percepción del mundo. Me asombra cómo toman elementos para volcarlos en formas, colores; luces y sombras; perspectiva y profundidad.
Mi madre es pintora, y de algún modo se propuso la titánica labor de estimular este arte en su primogénita ?ésa soy yo-, y pasó mucho tiempo para que la empeñosa maestra se convenciera de que a su retoño este quehacer simplemente no se le daba. Recuerdo como si fuera ayer, ella frente al caballete, llevando elegantemente en la mano izquierda la paleta de madera con sus pinturas de óleo. En la mano derecha el pincel propuesta a no dejar escapar la inspiración, y su mirada fija en el blanco lienzo que pronto iba tomando vida propia.
A su lado yo me sentía terrible. Si alguna vez me pusieron en la mano una paleta, a los tres minutos ya la había dejado de lado; me resultaba ocioso sostenerla en el aire. El pincel y yo nunca llegamos a buen entendimiento; o lo dejaba ir contra el lienzo hasta abrir sus cerdas como flor, o me temblaba el pulso en el aire.
Ha de haber sido toda una frustración para mi madre cuando la desavenida alumna le pidió permiso de colocar el lienzo sobre la mesa. El propósito materno es que aprendiera el arte correctamente; pero quizás en aquella ocasión mi madre estaba en la coyuntura de una crisis magisterial, y me dejó hacerlo, pero ni sobre la mesa las cosas mejoraban. La buena mujer tardó tiempo en convencerse de que en algo había fallado la genética mendeliana que sí funcionaba con chícharos, conejos y cobayos. Finalmente se convenció de que existía un abismo de origen entre su hija y la vocación pictórica.
La semana termina con el escándalo del ?Niño Verde?, filmado clandestinamente por Santiago León durante una reunión con inversionistas extranjeros. El protagonista de los hechos ha dado una serie de argumentos que buscan alejar de su persona toda responsabilidad; o bien hacer ver que los otros también van tras de su propia tajada. Posiblemente el sabor que deja este asunto es considerar, como diría el dicho: ?aunque la mona se vista de seda...? Y que la política tarde o temprano va de la mano con la corrupción y los excesos. En sus inicios como partido, quisimos creer en el PVEM como una opción refrescante, idealista, alejada de todo vicio, que buscaba descontaminar al país de raíz.
Entonces, cuando nos topamos con estas escenas tipo mafia siciliana que presentan un líder como tantos otros que han empobrecido a México en sus arcas; en el deterioro de sus recursos naturales, y en la zozobra económica de las familias, viene la desazón.
Hace un par de días se publicó un cartón periodístico que presenta a González Martínez volando sobre un billete de cien dólares, lo que quizás terminó siendo el destino fatal de un partido que a estas alturas puede perder su registro ante el IFE. Ello invita a reflexionar qué colores ?como el pintor- estamos poniendo en nuestra paleta.
Ya expresaba en pasadas columnas mi inquietud con respecto a los ideales materialistas ?mal llamados ?valores?- que estamos proponiendo dentro de nuestro hogar. En ratos hablamos de honestidad, sin embargo el hijo va descubriendo que en tal o cual situación, no predicamos con el ejemplo. Hablamos del respeto, pero lo ejercemos arbitrariamente. Y hasta quizás estemos preparando al muchacho a salir y ganar a toda costa, por las buenas o por las malas.
En nuestra actitud frente a otros quizás estemos inculcando al hijo aquello de que más vale el que más tiene; enseñanza que copiará fielmente en las opciones a elegir a lo largo de su vida, y que resulta responsable de buena parte de nuestra crisis como sociedad.
Una cosa sí es cierta: mientras haya un pintor, o un poeta, o un loco que aún se conmueve con un bello atardecer, la esperanza no habrá muerto.
