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Conversaciones con los del más allá/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Ayer me desperté de madrugada con el estribillo de una vieja canción rondando insistentemente en mi cerebro. En forma tan insistente tornaba de mi memoria esa canción que me obligó a levantarme para escribir estas líneas partiendo del estribillo.

“Dicen que los que mueren nunca vuelven a turbar al que vive en este mundo...”.

La proximidad del Día de Muertos comenzaba a alterar mi estado de ánimo. No para mal, ni mucho menos, pues si bien creo que de vez en cuando aquí deben andar, jamás he tenido un encuentro con ellos y menos con alguno de mis seres queridos que se me han adelantado.

Nuestras tradiciones son hermosas. Cuando menos a mí me gusta más el Día de Muertos que la fiesta de Halloween. Y aunque nunca acudo a los panteones, porque sostengo que ahí sólo se encuentran los despojos corpóreos de almas singulares que formaron y siguen formando parte de mi vida, me agradan los altares de muertos.

No es lo mismo dar que pedir. En nuestra tradición damos. Montamos todo un altar colocando al centro las fotografías de nuestros seres queridos ya fallecidos, rodeadas de todo aquello que los hizo felices en vida.

En cambio, en el Halloween la idea es pedir y pedir. “Hagamos un trato y prometo no causarte un daño”. Ese día los diablos, los fantasmas y las brujas, andan sueltos y están autorizados lo mismo para hacer una pequeña travesura, que hasta matar. En fin. Como dicen por ahí: Cada quién sus perversiones.

El caso es que esa antigua canción que en su letra repite aquello de: “Dicen que los que mueren nunca vuelven...”, me hizo pensar en con quién me gustaría volver a platicar, si fuera posible, de entre mis amigos y familiares que ya no están en este mundo.

Si tuviera que elegir cuatro serían las personas con las que me agradaría platicar de nuevo. De los amigos, con Daniel Hernández Isaís, que fuera diputado local junto conmigo y un distinguido militante del PRD. Manuel García Peña, eminente abogado con el que me formé. Y con mis padres.

Déjenme imaginar el tenor de esas conversaciones y lo que pienso que ellos me dirían. Como no creo en el infierno, parto de la base de que todos están en el cielo.

Con Hernández Isaís:

¿Qué hay?, mi Dani. ¿Cómo se está de aquel lado?

Bien, mi Germán. Mucho mejor de lo que nos pudimos imaginar. Pero no deja de sorprenderme lo que sucede con mi Partido allá donde tú estás. Con todas esas broncas de Bejarano y Ponce, nos dañaron la “Joya de la corona”. Le pegaron a lo más valioso que teníamos como Partido y de lo que siempre nos sentíamos orgullosos: La honestidad.

Pues sí, mi Dani. Lamentablemente una vez más comprobamos que donde quiera se cuecen habas.

Pero dime, Daniel. ¿En el cielo hay grilla?

¡Claro!, Germán. Y de la gruesa. Con decirte que hace siglos se discute el nombramiento de Pedro como cabeza de la Iglesia y su derecho a estar de cancerbero a las puertas del cielo. Sus detractores alegan ante el Padre que fue un dedazo de Jesús, no obstante que a la hora buena lo negó tres veces. ¡Ah!, y quiero que sepas que los chismes y rumores están a la orden del día. Que si las once mil vírgenes no son tantas; que si algunas de ellas ya no lo son; que si Judas se quedó con el financiamiento privado de los Apóstoles. Total, ya te has de imaginar cómo se las gastan acá.

Con Manuel García Peña:

Hola, Manuel. ¿Cómo has...(interrumpe).

Yo muy bien, Germán. Pero creo necesario aprovechar este tiempo para formularte unos cuantos reproches que traigo guardados y no me quiero quedar con ellos.

Espérame. No me regañes. Lo que me puedas decir sobre mi forma de pensar y actuar lo sé bien, porque te conozco. Mejor dime: ¿Allá has encontrado con quién platicar de Derecho?

Sí, pero son pocos, muy pocos. Tú no crees en el infierno, pero te puedo decir que la mayoría de los abogados están allá. En los dominios de Satanás, sí, hay muchos colegas. Todos agrupados en colegios, barras, foros y asociaciones. Todos divididos, confrontados. Cuestionando hasta al mismo Diablo. Refutando sus diabólicas normas, pero sin aportar nada a cambio. Digamos que igualito que allá.

Con mi padre:

¿Quiúbole don Ricardo? ¿Qué me cuentas?

¿Qué te cuento? Qué me cuentas tú, hijo. Porque yo estoy en el paraíso.

Oye papá: ¿En el cielo hay música?

Desde luego. Aunque debo decirte que, como predominan las arpas, la música es casi monocorde. Por eso se acostumbra cantar a capela. ¡Ah!, pero eso sí, debo decirte que aquí hay excelentes cantantes. Y algunos, como don Pedro Vargas, cantan sin música mejor que los propios ángeles.

Con mi madre:

Señora queridísima. Qué gusto de volverla a ver.

Sí, verdad. Qué gusto, qué gusto. Pero sigues sin hacerme caso. A Ver. ¿Por qué no vas a misa? ¿ Por qué hace años que no te confiesas ni comulgas?

¿Ya va a empezar madre? Siquiera dígame ¿cómo está?

Ay, hijo. Cómo he de estar, si me encuentro gozando de la vista de Dios y rezando el rosario todos los días con el grupo de María.

Pues sí, madre. Eso era obvio y de esperarse. De tarugo pregunté.

Normal en ti, hijo. Normal.

Hasta aquí estas conversaciones imaginarias. Pero cuando menos a mí, sí me gustaría que en realidad se pudieran dar cuando menos una vez al año. Lástima que los que mueren nunca vuelven...

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