EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Corresponsabilidad/Umbrales

Alejandro Irigoyen Ponce

Los mexicanos -sostiene el escritor Carlos Fuentes- tenemos una habilidad extraordinaria para adaptarnos, incluso a situaciones que desde la óptica de algún extranjero parecieran insostenibles. Es como si en algún eslabón de nuestro código genético existiera una hélice que ordenara sobrevivir, sin importar el cómo.

Otro escritor, Germán Dehesa, encuentra en los mexicanos una exacerbada vocación sufridora; como si la imagen siempre bañada en lágrimas de Marga López corriera por nuestras venas y nos predispusiera al dolor como una suerte de requisito indispensable para transitar por esta vida.

De la mano de estas figuras de la literatura mexicana contemporánea, tenemos entonces a un pueblo con vacación sufridora acostumbrado a sobrevivir.

Basta extender un poco la premisa para dibujar a una sociedad que encuentra siempre la manera de adaptarse, que se acostumbra y asimila los golpes, en lugar de buscar los mecanismos para evitarlos, e incluso, responder a la agresión.

Esta suerte de conformismo ante un destino marcado en el cielo (o los astros, como prefiera) y esta predisposición a tolerar altas dosis de “realidad a la mexicana” se presentan hoy como la gran paradoja. Se pondera la sobrevivencia, aunque el costo resulta, en términos de calidad de vida, muy elevado.

El asunto mucho tiene qué ver con la capacidad de asombro y respuesta de una sociedad ante el agravio, la injusticia, la corrupción, la ineficacia y el cinismo. Si se toleran, no se remedian.

Un pueblo que lucha por la vigencia de un marco legal que garantice, más allá de las coyunturas políticas y el interés de la autoridad en turno, reglas claras de convivencia social y que vea en un gobernante no más que un servidor público obligado por Ley a rendir cuentas de una correcta y efectiva administración de los recursos públicos; que participe activamente en la construcción de mecanismos democráticos que propicien el progreso y desarrollo, es un pueblo viable en un contexto global cada vez más demandante.

En cambio, un pueblo sumiso, apático, que entiende a la corrupción como una herramienta necesaria para enfrentar las ocurrencias y desatinos de la burocracia, que se agota en el presente y que por añadidura otorga a sus gobernantes una calidad de semidioses, cancela su futuro.

Pareciera simple: si las actuales instituciones, clase política, instrumentos de aplicación de justicia y la administración y distribución de los recursos públicos no satisfacen, hay que luchar por cambiarlos. Entonces, no es tan simple, ya que se requiere asumir, en los hechos, una corresponsabilidad activa en todas y cada una de las decisiones que afecten la vida del país y sus ciudadanos.

En México el reto se antoja titánico: para cambiar el rumbo de las cosas, para acceder a mayores y generalizados niveles de bienestar y progreso y para eliminar de la escena nacional a todo político y/o gobernante incapaz, corrupto, cínico, miope o torpe, primero hay que cambiar la vocación sufridora por una visión crítica y demandante; hay que limpiar nuestras venas de la impronta de Marga López y entender, de una vez por todas, que el país no será nunca otra cosa que el reflejo fiel de la capacidad de asombro y respuesta de la ciudadanía.

Justo lo que garantizó nuestra sobrevivencia, aun en esas condiciones que desde lejos se antojan imposibles, es lo que nos coloca en peligro. Por acción u omisión, todos somos corresponsables de la suma de problemas que hemos sufrido y aún padecemos. El mundo nos grita que llegó la hora de cambiar, porque el futuro se define hoy.

airigoyen@elsiglodetorreon.com.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 93019

elsiglo.mx