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Corrupción/Diálogo

Yamil Darwich

Uno de los graves cánceres del mundo es la corrupción, que ha enraizado en los países denominados pobres, de entre ellos México, con choferes que supuestamente ganan más dinero que la mayor parte de los profesionistas del país, embajadores que se creen “emires” y disponen de millones de dólares sólo para su vivienda; directivos del transporte urbano (Metro) que dicen gastar medio millón de pesos en arreglarse los dientes, sólo por escribir algunos ejemplos de casos conocidos y recientes.

El maestro Pedro Cárdenas Méndez narra a sus alumnos en la UAL que ya desde la época prehispánica existían los “cochupos y mordidas” como medio de obtener beneficios; los soplones y traidores fueron fomentados por el sistema mexica para mantenerse informados y con control sobre los territorios y grupos sociales dominados, que abarcaban desde las Huastecas hasta el ahora país de Nicaragua.

También es conocido el sistema de corrupción que existía en la Nueva España, cuando nobles y servidores de la monarquía buscaban las formas rápidas y fáciles de “hacer las Américas” involucrándose en múltiples actos inmorales que incluían el nepotismo como táctica de protección y que llegaron a ocasionar hasta caídas de Virreyes.

Así, no son extrañas las noticias donde se nos dicen que: en una encuesta elaborada por la organización “Transparencia Mexicana”, presentada a los medios de comunicación, en una primera etapa dice que: “...101 millones de actos de corrupción han implicado el pago de diez mil 656 millones de pesos anuales en “mordidas” que le costaron a cada hogar mexicano 107 pesos; .... enfatizaron que para los hogares con ingresos de hasta un salario mínimo, este impuesto regresivo puede llegar a representar hasta el 29.5 por ciento del ingreso familiar”.

Expresado en otra forma, significa que de cada diez pesos que gana un padre de familia, hasta tres le son escamoteados al aplicarlos de alguna manera a actos de corrupción. Algunos ciudadanos evitarán una multa de tránsito, otros se roban la corriente eléctrica que consumen en sus hogares, o están conectados a redes de agua sin liquidar el consumo; etc.

Sin embargo, la escalada de corrupción va en aumento; en diciembre del 2001, “Transparencia Mexicana” difundió la segunda parte de su “Encuesta Nacional de Corrupción y Buen Gobierno” afirmando que “35 por ciento de los encuestados creía que a nivel nacional la corrupción había aumentado en relación con al año 2000...; el 20 por ciento respondió que le parecía que había disminuido...; en tanto, 61 por ciento pensaba que era poco o nada posible acabar con la corrupción en México....; el 31 por ciento consideró que la corrupción inicia por el lado del funcionario, los demás piensan que es por el ciudadano (32 por ciento), o por ambas partes (35 por ciento)”.

Resulta interesante la visión de algunos encuestados que aseguraban que la corrupción no sólo era inevitable, sino aceptable; por otra parte, los Mexicanos concientes de la realidad, desgraciadamente creen que no tiene solución. Sin duda que la falta de educación y promoción de los valores tienen que ver en esa manera de pensar.

Para junio del 2002 las cosas no mejoraron y hasta empeoraron:

Una encuesta realizada por el Instituto del Banco Mundial entre diez mil empresas

reveló que el funcionamiento de la justicia mexicana es otro de los obstáculos para hacer negocios. El 57 por ciento de las empresas consideró que el fenómeno de la corrupción desalienta significativamente las inversiones, mientras que el 32 por ciento estimó que el deficiente sistema judicial es el problema.

La corrupción, explicó el organismo internacional, tiene que ver con la cantidad de ganancias de una empresa, que desvían el diez, 20 ó 30 por ciento para pagos “adicionales”.

Otros estudios internacionales hablan de la relación directa de la corrupción y la pobreza, así como de la falta de democracia.

En Junio del 2003, Gallup Internacional realizó una encuesta mundial en la que cuestionó a los ciudadanos: “¿Si tuviera una varita mágica y pudiera eliminar con ella la corrupción, cuál institución elegiría primero?”

Para el caso de México, el 36 por ciento de los encuestados consideraron que, en primer lugar, era necesario eliminarla en los cuerpos policíacos, siendo la nación que más respuestas dio en esa opción, seguida de Hong Kong y Malasia con 35 y 32 respectivamente.

Las estadísticas revelan que nuestro País encabeza la lista de 47 naciones que opinaron sobre la necesidad de que las corporaciones encargadas de la seguridad fueran saneadas.

Los actos de corrupción nos han acompañado a través de nuestra historia y han sido altamente dañinos para la economía nacional, calculados en más de diez mil millones de pesos anuales; además, ante la impunidad que existe, favorecen la inseguridad al promover delitos como el secuestro y robos en todas las modalidades; hasta afectan la vida política, alentando las faltas a la ética y la moral; esto no es nuevo, tan solo recuerde el “carro completo” que hasta hace poco tiempo era logrado en base al fraude electoral apoyado en prebendas, regalos y otros ilícitos.

La corrupción nos es tan cotidiana que hasta hacemos bromas con ella, dolorosas y patéticas, que nos arrancan una mueca de sonrisa amarga e impotencia. En meses pasados circuló una de ellas por internet que decía:

“La ONU acaba de finalizar la encuesta más grande de su historia. La pregunta fue: Por favor diga honestamente que opina de la escasez de alimentos en el resto del mundo. Los resultados no han podido ser más desalentadores; la encuesta ha sido un total fracaso: los europeos no entendieron qué significaba “escasez”; los africanos en general no sabían qué era “alimentos”; los argentinos “por favor”; los gringos preguntaban qué significa “el resto del mundo”; los cubanos extrañados pedían que les explicaran que era “opinión” y en México no entendieron qué quiere decir “honestamente” .

Sin duda el problema es serio y difícil, pero no podemos evadirlo: tenemos que enfrentarlo. Lo invito a que usted no permita ni promueva la corrupción y que anime a los demás a que la combatan. ¿está usted dispuesto a hacer su parte, cuéstele lo que le cueste?

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