En medio de escándalos políticos los mexicanos debemos hacer un esfuerzo por mantener o recuperar según cada caso, nuestra capacidad de asombro e indignación. La semana pasada tocó al Partido Verde la erupción de un conflicto interno hacia el exterior con alcances de vergüenza colectiva, que contamina la vida publica nacional por tratarse de una organización que goza de reconocimiento oficial y subsidio.
Hoy día toca al Partido de la Revolución Democrática y al Gobierno del Distrito Federal, al aflorar corruptelas en la Dirección de Finanzas y en el sistema de contratación de obra pública. El asunto presenta ribetes electorales, porque en el segundo caso el dinero desviado fluye hacia las campañas políticas del año pasado, lo que empaña la legitimidad de autoridades electas bajo tales circunstancias.
Es de suponer que el escándalo estalla como resultado de una lucha al interior del PRD por la candidatura presidencial sin embargo, el ingrediente político no cambia los hechos ni atenúa la responsabilidad. Los videos publicados por decisión del contratista implicado revelan un desacuerdo entre antiguos aliados, por lo que al igual que en el caso reciente del Partido Verde inicia a partir de “fuego amigo”.
En estos últimos eventos, se hallan implicados funcionarios del primer círculo del jefe del Gobierno capitalino, lo que arroja sobre su titular una responsabilidad al menos institucional que resulta insoslayable. Por lo que hace al diputado con licencia René Bejarano, se trata de un soldado operador ancestral de Andrés Manuel López Obrador, que compromete el prestigio del Gobierno del Tabasqueño.
