Segunda y última parte
En principio la corrupción está definida en los códigos penales de todos los países. Sin perjuicio de ello, de manera casi sistemática, se puede afirmar que tales definiciones -en su gran mayoría- no representan las formas actuales de corrupción.
La corrupción está en el centro de una nebulosa de crímenes y delitos que están ligados, pero el sólo delito de corrupción no da cuenta de la complejidad del fenómeno, ni de la multiplicidad de delitos conexos.
No obstante que en algunos países resulte alto el número de casos denunciados de corrupción, son muy pocas las sentencias condenatorias por tal delito. Ocurre que los magistrados no pueden probar los extremos exigidos por las normas penales.
La prueba es casi imposible de obtener y los magistrados deben recurrir a otros artificios y otros artículos del Código Penal para condenar estos hechos.
Hoy, la naturaleza de la corrupción ha devenido sumamente sofisticada, al punto que la torna prácticamente invisible. Se ha transformado en algo tan discreto y pasa por mecanismos tan engorrosos que los códigos penales no llegan a encuadrarla de manera correcta.
La profesora Bárbara Barris White, de la Universidad de Oxford, dice: “la corrupción no se reduce al soborno, sino que se extiende a la evasión fiscal, a la explotación laboral, y distorsiona la ética que debe regir una sociedad. Cuando lo difícil es ser un funcionario no corrupto, la sociedad se encuentra al borde del colapso, porque se puede entrar en un proceso de deterioro vertiginoso… (y) puede dar lugar a la creación de verdaderas mafias, que usan sus propios métodos para mantener sus situaciones de privilegio, las cuales, una vez enquistadas en la sociedad, son muy difíciles de extirpar…. No se ve el prometido reino de la competencia económica y la transparencia política, sino a elites nacionales cada vez más inclinadas a utilizar métodos mafiosos…” (liberalization and the new corruption”, IDS Bulletin, abril 1996)
Se puede afirmar que la situación descrita por la profesora B. B. White corresponde con la de la República Argentina, en la percepción de los medios de difusión masiva, en la de instituciones y organismos internacionales y en la de nuestra propia sociedad.
Lo que caracteriza a nuestro tiempo es tanto la existencia de una mayor conciencia y conocimiento de este mal social -dado que estamos en sociedades democráticas avanzadas donde todo lo político se conoce mejor-, como la exigencia de un mayor nivel de salud social a la conducción política, que en sociedades autoritarias y subdesarrolladas.
La mayor sensibilidad, conciencia y conocimiento de lo que debe ser y en un orden social hacen más exigentes a las sociedades avanzadas e incluso generan una especial preocupación y recelo de que este tipo de mal social se extienda hasta límites intolerables que podrían cuestionar gravemente el sistema como sistema democrático. La “sensibilidad democrática” es, una de las motivaciones más fuertes que han servido para alertar sobre la corrupción política.
La más importante evolución respecto de la percepción de este flagelo es de los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la Cooperación Andina de Fomento. Hace quince años no se hablaba del problema y los economistas de estos organismos no incluían a la corrupción como criterio de análisis para la calificación como buena o mala de la administración de los países con problemas. Hoy la situación ha cambiado radicalmente y consideran que el éxito de un programa de ayuda financiera está, cada vez más, ligado a la cuestión de la corrupción.
No obstante ello, la corrupción ha aumentado, así lo demuestra, por ejemplo, la masa de dinero emitida por todo tipo de tráfico que además de resultar creciente, se encuentra íntimamente ligada a la corrupción de administradores y de hombres políticos y se invierte en aquellos sectores donde resulta posible reciclar capitales negros.
Principalmente el aumento de la corrupción se explica por la verificación de cambios culturales. En todo el mundo se transformó la opinión pública sobre el rol del Estado y del mercado. Dicha transformación presenta aspectos positivos y negativos; positivos porque en muchos países el Estado se mostraba incompetente e incapaz en su gestión económica, gastando mucho dinero de sus contribuyentes de manera incorrecta. Negativo por que en diversos países hubo un exceso desvalorizando al Estado en su función de representante del bien común y de la cosa pública, y ciertos funcionarios y políticos se sintieron capaces de franquear la ética pública, considerando al Estado como una suerte de caja común en la cual podían hundir sus manos.
Por otra parte, se advirtieron transformaciones ideológicas que privilegiaron, por ejemplo, la eficacia inmediata en detrimento del respeto a los procedimientos. Ha existido en estos países una confusión entre mercado y ausencia de reglas, esto que erróneamente se denomina capitalismo actual y que en realidad obedece a la caracterización del capitalismo salvaje de los años veinte del siglo pasado en los Estados Unidos.