El maltrato infantil ha sido uno de los graves problemas de los seres humanos, quizá un gran reproche a la particularidad que nos atribuimos de ser “animales inteligentes, racionales y reyes de la naturaleza”.
Lo cierto que no nos comportamos como nos definimos; inclusive, somos los únicos animales que dañamos a las propias crías; por todos son conocidos los castigos que como reforzadores educativos dan algunos animales a sus cachorros: picotazos, arañazos y zarandeos; otras especies manifiestan atrevimiento y arrojo, como algunas aves al lanzar al crío al vacío obligándolo a volar; o tal vez la negación a continuar alimentándolos cuando llegan a la edad en que deben buscar la comida por sus propios medios. Sólo nosotros, los seres humanos, agredimos a nuestros descendientes y hasta llegamos a matarlos, algo que hemos hecho a través de la historia y que sólo hasta hace poquísimo tiempo empezamos a combatir.
La agresión hacia nuestra propia especie es la particularidad que nos ha signado en la historia del mundo: desde la época de las cavernas, en que eliminábamos a los lisiados y viejos, así como a los neonatos deformes, por ser un estorbo en la vida nómada; en los pueblos primitivos, cuando ofrecían sacrificios de seres humanos, niños, doncellas y guerreros, ofrendas a los dioses de quienes buscaban a cambio sus simpatías y beneficios; en el inicio de la historia occidental moderna, entre griegos nobles y aristócratas había la firme creencia que podían intercambiar la vida de un niño por la del jefe de familia o rey; igual sucedía con los sacrificios que se llegaron ofrecer entre los primeros pobladores de la Europa de los países fríos.
América no queda fuera en el fenómeno, con la vieja tradición de los indios de sacrificar la vida de inocentes con fines propiciatorios para las cosechas; o la arcana tradición mexicana de depositar cadáveres de niños sacrificados y enterrados en las cortinas de presas para que “el alma del inocente vigilara y diera aviso de amenazas de desbordamientos de agua”.
Tradicionalmente el hijo ha sido considerado propiedad de los padres y no en pocas civilizaciones se ha considerado un “activo económico familiar”; para los indios (de la India), tener muchos hijos es una buena forma de prevenir y poder enfrentar la pobreza en la vejez; algo parecido sucede, aún hoy en día, en el medio social latinoamericano.
Los hijos en occidente han sido ubicados en el rol familiar como un bien de los padres que puede ser utilizado para generar riqueza con base al trabajo (y hasta en matrimonios convenidos); ser ayuda del padre (los varones) en el oficio que desempeña; o de la madre (las hembras) en trabajos propios del hogar; todos son eficientes mandaderos, mensajeros y hasta sirvientes. En algunos casos llegan a tener funciones de árbitro en las disputas de papá y mamá, que le exigen al vástago declare su adhesión a la causa.
Así pues, estará Usted de acuerdo que la relación paterno filial está marcada con antecedentes histórico-sociales y religiosos que debemos revisar, para el bien de la familia y la lucha por su preservación. Y le menciono lo religioso porque aun en esa educación tenemos influencias negativas; sólo le doy dos ejemplos: Abraham estaba dispuesto a sacrificar (matar) a su hijo y lo hubiera hecho si Jehová no lo detiene; Salomón, un portento de sabiduría, en algún momento amenazó partir en dos a un bebé, para terminar la disputa entre dos mujeres que se adjudicaban la maternidad del infante.
Sólo hasta hace unos pocos años, a finales del siglo XIX, fue cuando los seres humanos empezamos a tomar conciencia de nuestra grave debilidad.
En 1860 el doctor Ambrois Tardieu, médico catedrático de la Universidad de París, escribió un artículo para la Academia de Medicina que llamó “un estudio médico legal sobre los tratamientos crueles y brutales infligidos a los niños” y en 1868, describió a sus discípulos lo que él llamó “Síndrome del niño golpeado”. Estas primeras declaraciones dieron paso a la conciencia humana sobre el tema.
Para 1869, en Nueva York, E.U.A., un grupo de religiosas denominadas “Hermanas de la caridad” crearon el Hospital de Expósitos de Nueva York. Aún así, la sociedad norteamericana debió vivir el caso de la niña Mary Ellen, que era maltratada por sus padres que la encadenaban, hambreaban y golpeaban sin que existieran instrumentos legales para que pudieran impedirlo las autoridades. Es irónico el hecho de que debieran recurrir a argucias legales para defenderla y salvarle la vida, basando el rescate en reglamentaciones establecidas y autorizadas a pedimento de la “Sociedad para la prevención de la crueldad en los animales”: ¡Ella formaba parte del reino animal!
En 1875, se origina en E.U.A. la primera sociedad para la prevención de crueldad en los infantes y en 1883, en Inglaterra se aprueba la “Ley sobre los niños y los jóvenes”.
A partir del siglo XX, los estudiosos de las ciencias humanas, psiquiatras: psicólogos, sociólogos y trabajadores sociales se ocuparon del tema y aparecieron muy distintas obras que analizan niños desadaptados, perturbaciones afectivas, trastornos neurológicos y sicóticos y otras muchas descripciones de las patologías humanas relacionadas con el maltrato infantil.
En 1924, hasta después de pasados cientos de miles de años desde la aparición de las primeras formas humanas de vida sobre la faz de la Tierra, aparece el concepto de grupo familiar, clan o familia y es la Organización de Naciones Unidas la que empieza a hablar de los derechos del niño, multiplicándose los tratados médicos y estudios sociales sobre menores maltratados.
Las estadísticas son variadas y dudosas, aunque se sabe que al menos en México el fenómeno se presenta en millares de casos cada año, considerándose que sólo del cinco al diez por ciento son denunciados y de ésos, muy pocos atendidos satisfactoriamente.
En La Laguna tenemos varios centros dedicados a cuidar y tratar de sanar a los niños, particularmente a los maltratados, como Casa Sonrisa A.C., que atiende a cerca de 40 de ellos que sufrían agresiones físicas y/o psicológicas, que van desde traumatismos hasta agresión sexual. Algo hemos avanzado y debemos tomar plena conciencia del hecho y saber de nuestra historia como humanos y que hagamos nuestra parte para atacar el problema. Como siempre, le llamo la atención sobre el problema y lo invito a que participe en la búsqueda de soluciones. ¿Acepta? ydarwich@ual.mx