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Cosas del populismo/Diálogo

Yamil Darwich

Las propuestas que en tema de migración ha hecho el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush, han sido tratadas por los editorialistas mexicanos desde distintos puntos de vista, pero la mayoría coincidiendo que se trata de una maniobra política y populista, encaminada a elevar los niveles de aceptación que tienen, de él los méxicoamericanos. Seguramente algo existe en el fondo, cuando ha demostrado su orientación política hacia el racismo y el radicalismo en la toma de decisiones, inclusive las religiosas, que confirman aquella vieja declaración: “Los norteamericanos no tienen amigos, tienen intereses”.

Ese populismo es el que define el diccionario Océano como: “Doctrina que se propone defender los intereses del pueblo en su conjunto, sin distinguir entre clase obrera, pequeña burguesía y campesinado. Como movimiento organizado nació en Rusia en 1860. Posteriormente han aparecido otros tipos de populismo, especialmente en América Latina (getulismo en Brasil, aprismo en Perú, justicialismo en Argentina) y países del Tercer Mundo, vinculados a la personalidad carismática de un líder. Populista”.

En el lenguaje político se le ha aplicado el término de populista a aquellas personas que buscan fortalecer su aceptación popular, con base a la toma de decisiones que les generen simpatías, sin considerar lo acertadas que éstas puedan ser para el bien, o el futuro de las organizaciones o de los países.

Así, el presidente Bush utiliza el poder que le confiere la nación más poderosa del mundo para agenciarse adeptos entre los latinos y tratar de repetir otro período como primer mandatario de los Estados Unidos de Norteamérica. Curiosamente, Carlos Ramírez, editorialista del D.F., hace una interesante relación del actuar del político y lo expuesto en el libro “Superpower syndrome. America’s apocalyptic confrontation with the world” escrito por el psiquiatra Robert Jay Lifton de la Universidad de Nueva York y ex psiquiatra de la fuerza aérea de EU, que describe un nuevo síndrome, el “del superpoder”, que lleva a los enfermos a tener sentimientos “mesiánicos” y a sentir la necesidad de justificar su existencia con una misión de vida sobresaliente, sin importarle los costos.

La realidad del populismo en el Tercer Mundo ha sido soportada por todos nosotros, teniendo a través de los siglos casos de seres humanos que han tratado de sobresalir a toda costa, sin medir las consecuencias y los costos que debamos pagar. Tan sólo recuerde a los presidentes Perón y Menem de Argentina o nuestros tristemente célebres Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.

Incluso, hoy en día, esa necesidad de ganar poder para sus causas o partidos, lleva a los hombres públicos a tomar decisiones que nada tienen qué ver con los intereses de los ciudadanos comunes y corrientes.

Recordemos sólo algunos ejemplos recientes para confirmar que el fenómeno se da con harta frecuencia y en todos los grupos y partidos políticos de México:

No hace poco vivimos el “affaire” del tema de la definición de las políticas fiscales de México y los presupuestos a ejercer en el año 2004; los partidos buscaron beneficiarse y confundieron a la ciudadanía (me incluyo y reconozco que sigo desorientado) sobre qué era lo mejor, escudándose en buscar el bien “de las mayorías” refiriéndose a los pobres; inclusive, al interior del PRI hay divisiones profundas que a la fecha parecen irremediables.

Las actitudes populistas de la primera autoridad del Distrito Federal, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, están orientadas a promover su imagen entre los ciudadanos de la capital, con construcción de “segundos pisos de vialidad”, reformas a las leyes, subsidios al transporte (sólo en el “metro” perdemos cuatro millones de pesos diarios), inclusive el pago de un bono a la vejez, que parecen costos injustos para los provincianos que no tienen al menos un bacheado regular de las avenidas y calles de sus ciudades, tampoco reciben remuneración alguna luego de una vida de trabajo y mucho menos transportación al menos digna y suficiente.

Retratarse con niños, atender solicitudes por la radio, romper piñatas y medio lesionarse al hacerlo, son otras imágenes explotadas por el mismísimo Presidente de la República, “baños de pueblo” dijeran los antiguos, que contrastan con el costo del vestuario de la primera dama, los propios trajes del primer mandatario mexicano, hasta el exagerado precio que pagamos todos los mexicanos por sábanas, fundas y toallas para la residencia presidencial.

Populismo es el exhibicionismo de algunos prelados eclesiásticos que gustan de hacer declaraciones públicas sobre temas de política que no manejan, o de las manifestaciones de supuestos simpatizantes de sus causas, que promueven por “abajo del agua”.

Es también populismo el de los dirigentes de organizaciones no gubernamentales que pretenden hacer el bien con dineros obtenidos de otros ciudadanos y organizan actividades para recaudar fondos que destinan a servicios asistenciales en formas aparatosas que nos distraen y nos hacen evitar las preguntas sobre costos, tomas de decisiones técnicas y científicas, o muchas otras que tienen qué ver con la administración de los recursos ajenos.

Indiscutiblemente el populismo es un medio de promoción de caudillos que cuesta mucho dinero, más del justo y adecuado al compararlo con los beneficios que origina y no en pocos casos han sido el medio ideal para apuntalar dictaduras, como la que Vargas Llosa dio por llamar “imperfecta”.

La propuesta de este Diálogo está orientada a que hagamos conciencia de ello y que evitemos ser sorprendidos con las actividades populistas, orientando nuestro entender a analizar a fondo lo que realmente motiva a esos líderes y caudillos.

Lo invito a que abra el Diálogo con sus amigos y familiares para encontrar otros ejemplos de populismo, que haciéndonos conscientes de ello ganamos una forma muy efectiva de desactivarlos y eliminarlos, hasta hacerlos desaparecer por ser costosos e innecesarios.

ydarwich@ual.mx

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