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Cosas Veredes, Mio Cid

Gilberto Serna

Hacía tiempo no se veía a un miembro del Gabinete presidencial enseñando lo que trae en el morral, contestando molesto las cuchufletas que políticos más avezados le han lanzado. Ni tardo ni perezoso quitándose la chaqueta y arremangándose la camisa, cerrando los puños, al más puro estilo del Chango Casanova, se para en la banqueta dispuesto a aporrearse con su contrario, en un pleito de toma y daca. Sin pedir ni dar cuartel. No hay reglas qué respetar, es un pleito callejero, de ahí que desde un principio se puso en desventaja. El otro es bueno para cabecear los golpes confundiendo a su oponente moviendo un brazo a la diestra mientras lanza un jab con la siniestra, es un típico peleador de barrio. El secretario de Estado se mueve torpemente, deja abierta la guardia, descuida el gancho al hígado, descubre su mandíbula y se distrae volteando a ver a su manejador.

Esta reseña me ha sido provocada por la petición que hace el secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, de que Andrés Manuel López Obrador se comporte como un hombrecito. En una buena interpretación de esta expresión castiza le dice que no es hombre, por lo que sería conveniente, para que le pueda ser permitido que entre al baño de los varones, que eleve la pequeñez de su hombría, más allá de rasurarse todos los días, para afrontar los cargos que se le hacen de haber violado una suspensión decretada por un Juez de Distrito. Al usar la terminación ito, debe pensarse, salvo error u omisión, que le está desconociendo su masculinidad. Cosas Veredes, Mio Cid.

Lo cierto es que hay ciertos matices que le impiden al encargado de la política interior trenzarse en una batalla de dicterios, invectivas y oprobios. Un funcionario de su prestancia no debería rebajarse, descendiendo de las alturas donde habitan los dioses, a dirimir una reyerta con un político que no es de su pesaje. No es propicia para sus propias aspiraciones una lucha en las aguas pantanosas de una ciénega. A palabras necias , oídos de mercader, dice el aforismo y para el caso, dice bien. Que AMLO exponga que es una vergüenza que el llamado Gobierno del cambio, actuando de manera autoritaria, quiera descalificar a un adversario, no invita a que el secretario de Gobernación se desprenda de su habitual parsimonia y natural talante, perdiendo la compostura al agarrar un palo y con él darle duro y bonito a quien desde tiempo atrás se viene tropezando solo con su propia lengua. A menos que el secretario lo haga para hacer méritos delante de su jefe o refrendar los que ya tiene.

Es Creel un petimetre que en los tiempos de Don Porfirio hubiera sido considerado, por su elegancia, como un lechuguino. Ninguno de los secretarios, en el actual Gabinete, luce el traje de hacendado antiguo como él, con sombrero de ala ancha plana, de cuatro piedras, chaquetilla corta, bordada con el águila en la espalda, botonadura de oro, pantalón de charro, ajustados los perniles, dándome la impresión de que no hubiera desmerecido como pareja de la emperatriz Carlota. Durante el tiempo que ha ocupado el alto cargo se había mantenido en la sombra de la discreción. De cuando en cuando haciendo declaraciones, bien medidas las palabras, sin comprometerse. Es por eso que extraña que se dedique a moquetearse con quien, en todo caso, creo que tiene un nivel inferior. A menos que sean polvos de aquellos lodos, cuando Andrés Manuel lo puso knockout, fuera de combate, en la pasada elección para Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Eso explicaría la tirria y los deseos de verlo fuera de la contienda, ganándole por default al impedirle participar en la lisa electoral.

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