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TAPACHULA, Chis.- De acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional de Migración (INM), los dos primeros bimestres del año fueron asegurados 69 mil 570 extranjeros indocumentados, 57.9 por ciento más que en el 2003.
Y es que aunque saben que pueden encontrar la muerte a su paso, nada frena el éxodo de los inmigrantes indocumentados que día a día inventan ingeniosas y peligrosas formas para conquistar el “sueño americano”.
La más barata -pero riesgosa- es el ferrocarril, donde todas las noches cientos de inmigrantes, en su mayoría jóvenes hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y uno que otro nicaragüense, trepan al ferrocarril “en un auténtico duelo con la muerte”.
Aquí, los indocumentados son presa fácil de los pandilleros de la “Mara Salvatrucha”, que los acechan desde antes de abordar el tren. Son arrojados del ferrocarril en movimiento si no pagan “protección o el derecho a ocupar uno de los furgones”.
La mayoría de los inmigrantes viajan largas horas colgados en un pasillo estrecho de un vagón, que si el cansancio los vence, pueden morir despedazados por los rieles de acero, o quedar vivos sin algún miembro.
Ni el aire, la lluvia, el frío y el hambre contienen a estos seres humanos que abandonan pueblos enteros para mejorar sus condiciones de vida y evitar morir en la miseria.
Para el hondureño Jeovany Funes, quien ha intentado más de cinco veces conquistar el “sueño americano”, no hay otra alternativa, llegar a Estados Unidos o morir en el intento. “No puedo regresar a mi casa, tengo deudas, mi familia tiene esperanzas en mí”.
Los inmigrantes indocumentados también se exponen a viajar entráileres, escondidos en pequeños espacios acondicionados bajo toneladas de materiales, donde algunos han muerto asfixiados o aplastados, como el caso más reciente que se registró el pasado miércoles, cuando dos salvadoreños murieron y 80 más resultaron heridos al volcarse la unidad en que viajaban, con sellos fiscales.
Para tratar de evitar la inspección policíaca, los traficantes introducen a los inmigrantes luego de haber sido clausurada la puerta con los sellos fiscales y para no violarlos quitan las puertas por arriba e introducen a la gente.
Otros migrantes intentan llegar a la tierra del “Tío Sam” en endebles embarcaciones tiburoneras o viejos barcos pesqueros, como los ecuatorianos o peruanos. Muy pocos viajan vía aérea, aunque para ello empeñen la vida.
Para la fundadora y coordinadora del albergue Jesús El Buen Pastor, Olga Sánchez, quien desde hace 11 años se dedica a la atención de inmigrantes mutilados, golpeados y a la atención de mujeres violadas: “El drama de los indocumentados no cambiará hasta que mejoren las condiciones de vida en Centroamérica”.
Refiere que el hambre, miseria y la falta de trabajo obligan a muchos a abandonar sus países. Con ellos también se incrementan los accidentes, ya que a diario llegan al albergue personas lesionadas, amputadas, violadas o asaltadas. “Son gente que sale a buscar mejores niveles de vida. Y de pronto, se encuentran con la muerte, con una pierna amputada, sin un brazo”.
El director de la Fundación Integración Humana (FIH), Moisés Sánchez López, señala que los derechos humanos de los migrantes a diario son violados por diversas autoridades policíacas, quienes les roban el poco dinero que llevan para viajar y los maltratan física y verbalmente, mientras que en el caso de las mujeres, son objeto hasta de abusos sexuales.
Detrás del río Suchiate -que separa a México y Guatemala-, a diario arriban cientos de hombres, mujeres y niños con el fin de conquistar el “sueño americano”. El precio de cada “sueño” varía: hay quienes pagan con “cuerpo”, dólares o prefieren servir de “burros” para traficar drogas.
El 90 por ciento de los ilegales son gente humilde, de zonas rurales, con mediana instrucción escolar, que busca cualquier medio a su alcance para llegar a la “tierra prometida”.