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Crímenes de odio

Jorge Zepeda Patterson

El cadáver de una hermosa mujer de 25 años es encontrado entre los arbustos de un parque. El estado de sus vestimentas y la posición del cuerpo revelan un probable ataque sexual. No hay pistas ni testigos sobre los presuntos responsables de la tragedia. Pero un análisis microscópico de las ropas de la víctima ofrece una línea de investigación prometedora; los detectives encuentran diminutos rastros de un lubricante de engranajes. Los expertos consultados afirman que es un tipo de aceite utilizado casi exclusivamente en autos porshe. Horas más tarde y luego de los interrogatorios, un mecánico del único taller especializado en la ciudad confiesa la autoría del crimen. Desde luego, la ciudad no es Juárez ni los investigadores pertenecen a la PGR. Se trata de un programa de televisión norteamericano sobre los éxitos de los detectives forenses.

Luego de media hora de Discovery Chanel sobre las hazañas del microscopio y la computadora, todo telespectador termina por convencerse de que el crimen perfecto no existe. Siempre hay un rastro en las redes cibernéticas o en los tejidos celulares que delata a los culpables. Pero la sensación es efímera; nos dura lo que tardamos en enterarnos del siguiente crimen en Ciudad Juárez y quedarnos con la absoluta certeza de que, como los 300 anteriores, quedará impune (las diversas investigaciones fluctúan la cifra entre 263 y 370 mujeres asesinadas).

¿Qué está pasando en Ciudad Juárez para que el asesinato de mujeres se haya convertido en una especie de deporte local? Peor aún, ¿Cómo es posible que luego de cientos de casos sólo exista una sentencia y ésta misma se esté tambaleando?

Las respuestas las tiene Guadalupe Morfín. Ella es la responsable de la Comisión para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez. Hace unos días, Morfín presentó un esclarecedor informe sobre los primeros seis meses de la Comisión. Los hallazgos son harto reveladores.

Lo que la Comisionada ha encontrado es una sociedad enferma. Los asesinatos no son obra de una multitud de individuos que de manera aislada dan rienda suelta a sus “bajos instintos” amparados por la impunidad que provoca la ineficacia de la justicia. Ellos, los homicidas, no son sino el último eslabón de un fenómeno mucho más preocupante: la cultura del odio hacia la mujer.

Las víctimas son jóvenes de bajos recursos, mano de obra no calificada de empresas maquiladoras y pertenecen a familias sin arraigo en la región. Son “carne” prescindible para la red de intereses que forman el tejido institucional de la frontera.

Lo que está detrás es simple y llanamente un feminicidio a gran escala. El feminicidio es el asesinato de la mujer “sobre una construcción de género”. Es decir, se les mata porque son mujeres; porque se “puede”. El feminicidio implica el odio a las mujeres y es cometido por hombres en razón de una supuesta superioridad de género. El homicidio de varones en esta región está asociado al narcotráfico y al crimen organizado. El de mujeres, simple y llanamente al hecho de ser mujeres. Hay una cultura patriarcal que sostiene esos crímenes y su persistencia en Juárez se explica por la pasividad del Estado. “El feminicidio es provocado por el ambiente ideológico y social del machismo y la misoginia, de violencia normalizada contra las mujeres y por ausencias legales y de políticas de Gobierno” (diputada Marcela Lagarde).

Más de un gorila alpha podría considerar este planteamiento como un mero pretexto para hacer discursos feministas. Pero no es el caso. La Comisión ha comprobado que los asesinatos fueron arropados por el desinterés de las autoridades. Policías, jueces e instancias de Gobierno actuaron a lo largo de estos años con un soberano menosprecio. La mayoría de las víctimas no pertenecían a la sociedad “juarense” y por cada mujer que caía llegaban a la región otras cien cada tantos días. Como en el caso de muchos otros crímenes asociados a la sexualidad, la justicia suele disminuir la gravedad atribuyendo alguna responsabilidad a la propia víctima (“cascos ligeros”, provocación, etc.).

Llama la atención que el grueso de la presión proviene de las madres y hermanas de las víctimas, pero no de los varones. Los hermanos, padres, novios de las asesinadas, salvo honrosas excepciones, han terminado por asumir la pérdida como una fatalidad; como si se tratase de un hecho lamentable pero comprensible. Ellos mismos no han podido sustraerse a la cultura machista, que explica la pasividad de las instituciones. Una y otra vez las autoridades han reaccionado con hostilidad hacia las mujeres que protestan por sus hermanas asesinadas, como si se tratase de grupos de rijosos buscapleitos. La Comisión ha documentado un preocupante clima de hostigamiento hacia familiares y defensores.

Ciertamente hay razones socioeconómicas que ayudan a explicar el fenómeno de las muertas de Juárez: la desigualdad social, el fenómeno migratorio, las peculiaridades de la frontera, el trabajo maquilador femenino y la desintegración familiar, el narcotráfico y la corrupción policíaca, etc. Pero la combinación de estos factores no arrojaría este macabro saldo si no fuera por la presencia del feminicidio que se alimenta de la misoginia. Las muertes de Juárez son crímenes de odio. La Comisión ofrece por vez primera un diagnóstico correcto del problema y mejor aún, una serie de medidas para combatirlo (consultarlo en http://www.gobernacion.gob.mx/popupjs.htm). Enhorabuena.

(jzepeda52@aol.com)

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