MIAMI, EU.- El séptimo álbum de Enrique Iglesias, titulado precisamente 7, y su tercero en inglés, no ha tenido los resultados que se esperaban y los críticos se preguntan que ha pasado con un cantante que suele vender millones de copias.
Jim Farber, en el diario Daily News de Nueva York, escribe que 7 ha sufrido un horrible destino desde que fue puesto a la venta en noviembre pasado y se pregunta por qué las radios y sus seguidores lo han ignorado.
?Mucha gente piensa que su sonido se ha quedado anclado demasiado en los años ochenta para los gustos actuales de las radios?, dice Farber.
Tras su lanzamiento, el álbum entró al puesto 31 de la lista de Billboard, pero para la cuarta semana había desaparecido de la de los mejores cien.
y con sólo unas 300,000 ventas la semana pasada, había bajado al puesto 153.
Su sencillo principal, Addicted, sólo pudo llegar al puesto 27 en las mejores listas de 40 estaciones de radio y después de siete semanas, lo han dejado a un lado completamente.
La versión en español, Adicto, hizo una fugaz aparición en la lista de sencillos latinos de Billboard (Hot Latin Tracks) y ha desaparecido de la lista de las mejores 20 escuchadas en las radios latinas del país.
Pero por lo menos Enrique Iglesias se puede consolar de que sus conciertos se llenan a tope y que aumentan sus jugosos contratos de publicidad.
Su concierto del 18 de marzo en el Rod Laver Arena de Melbourne (Australia), por ejemplo, ya está vendido, lo que ha obligado a los promotores montar a un segundo, al día siguiente.
Además Enrique participa en el anuncio más esperado en la historia de publicidad moderna: el que filmó en Roma para Pepsi, junto a tres súper estrellas del pop: Britney Spears, Beyoncé Knowles y Pink.
El cantante español hace de un emperador déspota que tiene a su disposición, desde su balcón en el coliseo, las botellas bien frías de la gaseosa, mientras abajo en las arenas las tres sensuales gladiadoras se enfrentan a leones.
De otro lado, en Europa ha hecho un anuncio para un reloj de lujo, que lo obliga a quedarse en calzoncillos para poder pasar un detector de metales de un aeropuerto.
