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CRÓNICA DE VIAJE

El jazz de Nueva Orleáns

en el Preservation Hall

Falta más de una hora para que comience la sesión de jazz en el Preservation Hall de Nueva Orleáns y ya hay una larga fila de gente que espera a que abran la entrada al viejo salón.

El Preservation Hall está considerado como la catedral del jazz en los Estados Unidos y no es más que un pequeño salón rectangular, semiobscuro y sucio.

Los músicos de la orquesta de jazz se colocan en un espacio reducido junto a una ventana que da a la calle y los espectadores no quedan a más de un metro de distancia de ellos.

Tan célebre como es este salón con capacidad para setenta personas, no tiene más que dos bancas rústicas de madera donde se sienta una veintena de espectadores. Los demás tienen que disfrutar a pie del espectáculo y algunos se sientan en el suelo.

En las paredes del salón hay viejas fotografías y pinturas que nunca se vendieron cuando era una sala de arte. Curiosamente son cuadros de músicos de jazz y entre ellos está el orgullo de la ciudad, Louis Armstrong, que también tocó allí.

La primera sesión de jazz comienza a las 21:00 horas y la orquesta la integran un pianista, un baterista, un clarinetista, un saxofonista, un violoncellista y un trompetista, que es quien anuncia lo que se va a tocar y cuenta algunos chistes.

El Preservation Hall está en la calle Peters, casi esquina con Bourbon y abrió sus puertas en 1961, cuando el papá de Ben Jaffe, co-director de la institución, compró el viejo edificio que entonces era una galería de arte al borde del fracaso. El señor Jaffe era un aficionado al jazz y con algunos amigos formó un conjunto que ensayaba ahí.

La buena música que tocaban atrajo a amigos y vecinos y entonces surgió la idea de cerrar la galería de arte y establecer un salón para el buen jazz. Desde un principio, se fijó la regla que el jazz que se tocara ahí debía ser ?un puente? entre la vieja música y sus transformaciones, pero manteniendo vivo el espíritu y el estilo del verdadero jazz.

Hace treinta años que estuve por primera vez en Nueva Orleáns y el Preservation Hall está igual. Lo único que han cambiado son los músicos, casi todos de edad y que son suplantados cuando alguno se enferma o muere. Así se conserva la vieja tradición y se mantiene el estilo de siempre.

La sesión de jazz es fascinante. Todos los músicos son solistas de los instrumentos que tocan, verdaderos maestros, pues en el Preservation se cuida que trabajen allí sólo los mejores. La orquesta toca la música sincopada del jazz, que poco a poco se va metiendo en el corazón y debajo de la piel de los espectadores. Y según tocan, cada músico tiene un momento de gloria tocando su instrumento como solista. Los aplausos son fuertes y repetidos. Esto es Nueva Orleáns.

La entrada al espectáculo vale 15 dólares. Es caro pero vale la pena. A la entrada del portón de la vieja casona hay una mujer con una caja de cartón, donde va depositando el dinero de las entradas. Un anuncio pide que se lleva a mano la cantidad exacta pues no dan cambio.

Al término de la función se pueden comprar casetes y CD con música de jazz, mientras la gente de la segunda sesión comienza a entrar. Les recomiendo, al salir, cruzar la calle e ir al bar de enfrente. Se llama Ay, Mama y es atendido por una guapísima cantinera llamada Erin.

Y también, dos o tres puertas junto al Presevation Hall está el restaurante Joe O?Brien, considerado el más grande del mundo. Tiene entradas por las calles Peters y Bourbon. En la larga escuadra que forma hay varios comedores al aire libre con sombrillas que protegen las mesas, jardines, varios bares y unas fuentes que llaman la atención de todos. Se trata de una pileta de cuyo centro brota una llama alta sobre la que cae una cascada de agua. Nadie se explica por qué el fuego no se apaga.

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