Que nadie reclame: ya cumplí con mi obligación de cinéfilo y acudí a la cita con Uma Thurman en Kill Bill volumen II, debidamente armado con refresco y palomitas empapadas en sangrienta dosis de salsa roja. Una vez más el maestro Tarantino receta una generosa ración de violencia y homenajes kitsch aderezados con buena música y estupendos diálogos. En este último rubro destaco a David Carradine (el pequeño saltamontes de la vieja serie Kung Fu) que al calor de un tequilita hilvana una campechana tesis de por qué Supermán es el mayor entre los súper héroes. Su cuento es más o menos así: Peter Parker y Bruno Díaz tienen que disfrazarse del Hombre Araña y Batman, respectivamente, para ejercer como súper héroes. Supermán no necesita disfraz: es extraterrestre con súper poderes y por el contrario, se viste como humano para vivir en sociedad. Y esta doble personalidad entraña una crítica profunda: su alter ego es débil, torpe y cobarde. Así es como Supermán ve a los humanos desde las alturas, Clark Kent es una parodia burda de nosotros, sus inferiores. La semana pasada me quebraba el coco preguntando ¿qué es un artista? Hoy el monólogo del sensei Carradine me ilumina cual sol naciente: hay artistas que son y otros que no son, pero se disfrazan para ser. Me explico con tres ejemplos de artistas laguneros. El primero, Guayo Valenzuela, caricaturista con varios reconocimientos nacionales, obsesionado con los pandilleros cholos y el mundo de las calles. En su obra mezcla la religiosidad con la violencia, alternando imágenes de nota roja con citas bíblicas.
Pepe Valdez, por su parte, es un dibujante muy hábil que investiga a fondo los mitos urbanos y las leyendas de los alrededores de la Comarca Lagunera para estructurar imágenes donde la vida cotidiana adquiere tintes sobrenaturales, los autos cobran vida y los vivos caminan con seres tan reales como fantasmales que invaden las calles.
Rafael Aguirre, por su parte, es un conocido paisajista local. Su obra es pródiga en flores, mariposas, haciendas y montañas. Es perfectamente light. Hombre prolífico, realiza múltiples cuadros sin mayores despliegues de virtuosismo. Podría decirse de sus mejores obras que sí, efectivamente, están bonitas.
Y aquí viene lo simpático: se puede comprar una obra original de Guayo o Pepe por mil pesos y por su parte Aguirre valúa y vende sus obras en seis mil dólares o más. Los primeros tienen que disfrazarse de fabricante de souvenirs y de taxista, respectivamente, para poder sobrevivir. Su proverbial modestia e impericia comercial contrasta con la habilidad de Aguirre. Él entiende bien los engranajes de la compra-venta y sabe vestirse con un traje de artista hecho a la medida del público lagunero. Como él bien dice, ?soy pintor por mis pistolas?. Es un ejemplo local, pero aseguró que aplica, cambiándole los nombres, a muchos Estados de la República.
Así pues, aquéllos que tengan nuevas propuestas en la plástica tendrán que esperar todavía un rato para llegar a los gustos y las carteras de un público que se despereza muy lentamente del sueño de los inspirados artistas de desnudos, sandías, arbolitos, niñas tristes y calles empedradas. Y antes de darse de topes, pequeños saltamontes, vale aprender un poco de la esgrima social de Aguirre y del blues que hilvanan Guayo y Pepe, que aunque le huyen, siempre terminan haciendo monitos peliagudos, de ésos que salen de lo espeso del alma.
Parpadeo final
Que no le digan, que no le cuenten. Los maestros Valdez, Valenzuela y el que escribe exponen en la Alianza Francesa de La Laguna (Matamoros 170 Ote.), el maestro Aguirre exhibe sus obras en el Museo Regional de La Laguna. Tendrán la valiosa oportunidad de tomarle el pulso a la cultura lagunera y de sacar sus propias conclusiones. Y ya encarrerados, pueden cerrar con broche de oro su tarde viendo el segundo volumen de Kill Bill o mandando un mail con chines y malines a esta rijosa columna: crónicadelojo@hotmail.com. Hasta el próximo jueves.
