No hay nada más triste ni fuera de lugar que una dieta en Navidad. Éste es el mes de la tripa, la dictadura del estómago, periodo de exceso digestivo y atracón festivo para conmemorar, una vez más, la llegada de Cristo a la Tierra. Asís pues, navegando entre posadas, cenas y abrazos se irá deshilando esta Navidad como muchas otras iguales, únicas, irrepetibles. Muy respetable la decisión de aquéllos que deciden pasar las fiestas en el vaivén de la cruda a la borrachera (mientras se mantengan en cristiana paz, lejos del volante y cerca de los baños todo está bien). Encomiable afán de quienes buscan reunir a su familia y despertar la fogata del afecto navideño. Que para todos sea un momento de encuentro, reposo y reflexión. Y en este último punto me permito recordar una incisiva frase de Ambrose Bierce: ?La residencia de un alto dignatario de la iglesia se llama palacio; la del fundador de su religión se llamaba pajar o pesebre. El progreso existe?. Así pues, que transcurran estas fiestas en palacios y pequeñas habitaciones, cada uno con su conciencia y con los suyos, entre el baile y el abrazo, renovando fuerzas para un nuevo año que se perfila incierto.
Parpadeo final
Y para cerrar con carro completo, es menester entonar un villancico acompañado por velitas y aguinaldos de dulces y cacahuates. Los últimos se los debo, pero me permito compartirles mi villancico favorito, escrito por Gloria Fuertes (favor de entonarlo en do):
Ya está el niño en el portal
que nació en la portería,
San José tiene taller,
y es la portera María.
Vengan sabios y doctores
a consultarle sus dudas,
el niño sabelotodo
está esperando en la cuna.
Dice que pecado es
hablar mal de los vecinos
y que pecado no es
besarse por los caminos.
Que se acerquen los pastores
que me divierten un rato
que se acerquen los humildes,
que se alejen los beatos.
Que pase la Magdalena,
que venga San Agustín,
que esperen los Reyes Magos
que les tengo que escribir.
Y tan tan. Sea pues, Feliz Navidad para ti, que tropezaste con esta ojona columna.
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