La idea cristiana del infierno es heredera del hades de los griegos y el limbo judaico, lugares de almas vagabundas, no mazmorras de suplicio. La tesis cristiana del fin de los tiempos y la consiguiente necesidad de salvar a los justos y castigar a los malvados modificó este antiguo infierno y lo transformó en un lugar pleno de castigos y dolor eterno.
Según dicta el Vaticano, a los buenos les toca esperar en cielo mientras llega el juicio final (no es un lugar muy festivo pero se pueden entretener escuchando coros de querubines, volando de nube en nube o tejiendo bufandas), si todo sale bien, se nos regresará la carne y seguiremos tocando el arpa eternamente. Los malos, como ya he dicho, se van al infierno donde les practicarán pocito y tehuacán en la nariz diariamente y en turnos ininterrumpidos. Los pecadores estándar tenemos la posibilidad de amparo, es decir, una temporadita en el purgatorio mientras se dan los careos, desafueros y primeras y segundas instancias que permitan dilucidar nuestra situación espiritual. Con suerte y un buen abogado, la podemos hacer.
Por mi parte, me adhiero a la tesis que Borges hilvana con elegancia: ?El hoy fugaz, es tenue y es eterno; otro cielo no esperes, ni otro infierno? es decir, que a lo hecho pecho y que esta realidad es la que tenemos y nada más. Ahora que sin promesas de eternidad, el infierno se vuelve mucho más severo. Se puede ser niño en Fallujah o Palestina, mujer en Afganistán, indígena en las calles de la capital y vivir minuto a minuto un tormento cerrado y sordo. Por mi parte visualizo infiernos menos trágicos, pero aún así punzantes: una tarde de té con Martita Sahagún y Lolita Ayala, un beso de Elba Esther Gordillo, la Biblia recitada por López Dóriga, el ?Peje? impartiendo un curso de trabalenguas. Se me enchina la piel ante semejantes visiones.
Pero por otro lado está el cielo, que el catecismo define como ?el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha?. Y ahí viene lo bueno, porque si bien no es eterno, puedo ver que hay muchos pedacitos de cielo regados aquí y allá. Como si el paraíso se hubiera roto en mil pedazos y nos tocara descubrir diminutos y huidizos fragmentos brillosos. Tal vez sean rendijas de perdón en el iracundo devenir de este mundo. No sé. Lo cierto es que si no hay cielo, también es válido fabricarlo y para eso se invento el danzón. Y si quieren saber más, lean el parpadeo final.
PARPADEO FINAL
Hoy a las 8:30 de la noche, exposición con danzón incluido, el maestro Pepe Valdez presenta su serie de grabados Raspando el Huarache, en el bar ubicado en avenida Corregidora y Leandro Valle. Sesión amenizada por José Ángel y Los Inocentes, interpretando danzones de rompe y rasga. Ambiente cadencioso garantizado, paraíso para los diablos, infierno para los santos. Vengan y averigüen, no falten, no vaya a ser que el día 19 sea el fin de los tiempos. Que la ira de Dios nos agarre persignados y bailados. ¡Por ahí nos vemos!
Comentarios a esta teológica columna:
cronicadelojo@hotmail.com