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Crónica del Ojo / Pesadilla paterna

Miguel Canseco

Allá por los años 70 había un rito indispensable para el armonioso desarrollo de un domingo: pararse a las 7:00 de la mañana y disfrutar (que cosas disfrutaba uno) del programa de Javier López ?Chabelo?, atinadamente definido por Trino Camacho como el ?único niño con várices?. Al término de ?Chabelo? llegaba un momento de matiz aún más religioso: el programa de Odisea Burbujas, con Vicente Fox en su añorado papel de Patas Verdes y Martita Sahagún dentro de la botarga de Mimoso (empleos previos a su incursión en la política). Queda en mi memoria este programa como uno de mis favoritos, abrevadero de fantasías como aquel anhelado viaje en el Popotitos 22, nave espacial ensamblada en la colonia Buenos Aires con un disco, una taza, popotes y un par de tenis, prueba fehaciente de la tecnología costumbrista, demostración de que el tercer mundo también puede conquistar el espacio exterior. Mi padre, veinteañero entonces, miraba conmigo la televisión con un gesto de resignación y estupor, enmarcado por gloriosos gallos que hoy me hacen pensar en el Rey León. El domingo de mi padre terminaba de fragmentarse con su hijo cantando todo el día aquella tonadita de: ?En los libros hallarás, el tesoro del saber, para ti todo será, si aprendes a leer?. Y bueno, aprendí a leer, de hecho el asunto se convirtió en un vicio (maravillas del método Montessori, aprendí sin dolor, sin planas ni espadas, como andar en bici, naturalito). Desde entonces siempre hay uno o más libros a mi alrededor. Ser un pequeño lector siempre despierta simpatías en los maestros y justificados enconos entre los compañeritos. Un adolescente lector puede ser un existencialista en potencia. El sexo me llegó entre las páginas de una novela de Irving Wallace (demasiadas vellosidades y demasiada intriga política para la frágil mente de onceañero) y el miedo se filtró por los párrafos de Rulfo. Ahora, por las tres décadas de vida los libros siguen siendo el mayor goce y el más cruel verdugo de mis quincenas. Mi colección de libros es más grande de lo que debería y más pequeña de lo que quisiera. No hay tiempo para leerlos todos, pero sigue siendo placer mundano el cachondear páginas, claves secretas, tesoros del saber. Así pues, la promesa de los burbujos fue cierta, cosa que no podría decir de las promesas de la infancia. Sólo me queda refrendar esa invitación que hacían el Ecoloco y compañía hace ya tres décadas. Padres veinteañeros, ya saben qué hacer.

Parpadeo final

Hablando de libros, me toca prestar los míos. Hoy a las 20:30 horas en la Alianza Francesa de La Laguna, el evento se llama Bibliotecas Invitadas. Ahí estaré con todo mi ajuar de lectura. ¡Hay brindis y toda la cosa. Por ahí los espero!

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