?El fondo es la idea y la forma, la solución?, decía uno de mis maestros a propósito de los mecanismos de las artes visuales. La intención del artista puede ir desde representar un sentimiento intangible hasta vender su obra con fines meramente decorativos (el artista puede o debe ser poeta, filósofo y mercader).
Es razonable dar a la idea un valor superior que a la propia obra. Así pues, la forma es tributaria del fondo, un mero soporte para elucubraciones que van mucho más allá de la presencia física del objeto artístico. No alabamos el pigmento y la tela que conforman las pinturas de Gauguin o Velásquez, ni el mármol de Miguel Ángel o los ladrillos en la obra de Barragán. Rendimos culto al pensamiento, experiencia e intuición que dieron forma a estos materiales. Las pinturas se pueden perder o quemar, los edificios pueden ser derruidos, pero la visión filosófica de los autores permanece. Partiendo de esta idea, cualquier material es válido para llevar a un espectador hacia una experiencia estética y los últimos cien años son prueba de ello. Desde carritos de supermercado a estiércol de elefante, todo está permitido. Pero los seres humanos siempre hallamos la puerta trasera? hoy, esta libertad de expresión se orienta hacia el terreno de la especulación. El objeto es cada vez menos importante y la batalla está en el terreno de los conceptos. Las ideas son el patrimonio más importante del artista actual, sus armas son los textos académicos y la especialización obsesiva del lenguaje. Hoy más que nunca el arte es un asunto de entendidos en la materia, un terreno ambiguo, donde cualquier cosa es válida y por tanto potencialmente vendible (si es provocadora, aún mejor). Su velocidad de cambio sólo se equipara al mundo de la moda, con el que inevitablemente converge. Es el terreno de la afectación, donde el fondo es equivalente a la forma, es decir, pura superficie. No es lo que hagas, sino qué tan bonito lo cuentas.
Hace dos años el artista Martin Creed ganó el premio Turner (veinte mil libras más trofeo entregado por Madonna) por prender y apagar las luces de una galería. No había nada. La obra de Creed cumplió un par de requisitos indispensables hoy en día: fue provocadora e insolente, es decir, extremadamente ?cool?. Y la explicación de Creed es una maravilla de la retórica: ?es una pieza que activa por completo el espacio sin haber añadido ningún elemento físico al mismo: es una obra muy grande en la que no hay nada? (un vacío que Creed vendió en una millonada). ¿Estamos ante un vivales o un gran artista que nos hace reflexionar sobre la nada? ¿Quién es el embaucador, quién el engañado? Vale hacerse esta pregunta ante cualquier artista indistintamente de los medios que utilice. Tan triste es el caso de quienes ciegamente persiguen la moda, como de aquéllos que venden florecitas al gusto de las señoras. Para bien y para mal, se acabaron las certidumbres y nos queda la espinosa tarea de consolidar un criterio propio.
Parpadeo final
Ya elogié la paella de Gustavo Montes. Ahora toca fabricar un pedestal de mármol para las exquisitas crepas de huitlacoche de la querida pintora Marcela López. Siempre es bueno reconocer calidad donde la hay y francamente mi debilidad es la comida: lo rico es digno de elogio. Digo, tampoco uno va a comer rebanadas de aire (menos aún si las vende Martin Creed).
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