Lamento Olímpico
La pesadilla Nazi se consolidó en la firme creencia, en la supremacía racial y la utopía de un estado militarizado perfecto, un edén atlético-ario, que encontró su mejor escaparate ideológico en las Olimpiadas de Berlín en 1938. Ahí tomó forma definitiva el protocolo que hoy conocemos bien: los himnos, los grandes estadios, las palomas, el fuego traído desde Atenas, la escalinata previa al pebetero, el corte Wagneriano de rigor en las ceremonias de apertura. Desde entonces los Juegos Olímpicos, además de servir para vender refrescos y tenis a lo méndigo, son plataforma para toda suerte de apologías de tipo nacionalista. Gringos y soviéticos adoptaron el mecanismo y enmarcaron los juegos en el toma y daca de la guerra fría. No había mejor propaganda que el triunfo de sus atletas. Ya lo dice el lema áureo: más alto, más rápido, más fuerte o a ver de qué cuero salen más correas.
No hay político que se resista al embrujo de los atletas en su eterno papel de placebo de las masas. Quedaron lejos aquellos días en que bastaba el talento y la entrega para colgarse una medalla. Detrás de cada ganador actual hay una fuerte inversión en entrenadores, instalaciones e investigación tecnológica donde los más adinerados y mejor organizados siempre obtendrán más.
En nuestro caso parece que por encima de todo valoramos el placentero tormento de ver cómo un juez nos ceba una medalla (el andarín lloroso y el boxeador frustrado son clásicos nacionales). No falta el ave rara (en este caso, nuestra plateada Ana) que ofrece una probadita de triunfo y termina vitoreado en el programa de Adal Ramones (si esto se puede considerar un premio). Lo común es ver cómo cien paisanos viajan, desfilan risueños, se pasean y cumplen con su deber, es decir, pierden. Por ahí se escaparán dos que regresen con fierros colgados del cuello. Los ciudadanos nos preguntamos ¿y los otros a qué fueron? (Mejor los hubieran acarreado a un mitin del peje). El gasto está muy por encima de los resultados.
Es fácil suponer que la pésima administración y el bien conocido tufo de la corrupción ronda el deporte nacional. Hace falta una limpieza fondo y ojalá los fracasos ayuden a ubicar las cosas en su sitio.
El deporte no comienza ni termina en las olimpiadas. Es una política de estado, que aplicada a los gringos se orienta a demostrar su superioridad con oros acumulados (allá ellos y sus alucines de Superman) y que en nuestro caso podría dirigirse a desarrollar una cultura del cuidado físico dirigido a la solución de los graves problemas de salud pública derivados de la desinformación y los malos hábitos.
Está claro que en una era industrial del deporte, dadas nuestras condiciones materiales no podemos aspirar a ser los primeros y es menester asumir este hecho. Conócete a ti mismo, recomendaba Sun Tzu. Ya sabemos que no somos fábrica de medallas. Podemos llorar o ubicarnos en aquello en lo que podemos hacer bien, detectar nuestros límites, ejercer acciones sin falsas expectativas vivir nuestra realidad con sencillez y mesura o en otras palabras, mandar los juegos Olímpicos a la porra y ver las cosas que realmente importan.
Parpadeo final
Aparte de las muchas exposiciones de pintura y acuarela que ha presentado, Rosi Gordillo puede presumir en su expediente el ser madre dos hijos que heredaron la vena artística. Es también la primera testigo presencial de la mentada a Vita Uva que rinde su declaración a esta columna. Ya me contó los pormenores de aquel legendario programa, pero los culpables siguen en libertad... ¿Los conoces? ¿Sabes quiénes son?... El misterio persiste...
Informes a la Subprocuraduría Especial de Investigación de la mentada a Vita Uva:
cronicadelojo@hotmail.com