Las ?ñañaras?
Mi vida, como cualquier otra, es un confeti de escasas pero dignas glorias y numerosas caídas con los dientes por delante. Entre las veredas iluminadas y los hoyos rellenos de tizne hay amplias zonas grises, de aquellas en donde no pasa nada, paréntesis sin sobresalto ni sabiduría, propicios para el crecimiento del callo estomacal pasivo, es decir la muy popular lonja. Uno de estos episodios fue mi breve membresía en el servicio de televisión por cable. No hay mejor remedio para el lector compulsivo que 50 canales en la palma de su mano. Desde partidos de la liga de fútbol ecuatoriana hasta transmisiones en vivo de misas desde la catedral de Zapopan. Puro vértigo. También hay desfiles de modas con chicas huesudas caminando con salero y programas nocturnos del Kama Sutra, donde una pareja retoza alegremente ante una cámara fuera de foco que reduce las zonas clave a puntos negros (erotismo medio pixeleado para mi gusto). Por mi parte me hice adicto al canal de historia, donde narran cómo se fabricó la primera pelota de golf, la apasionante historia del servicio de bomberos en Kansas City o cuántos barcos encallaron en Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que uno puede prescindir de estos datos y ser feliz, pero una fuerza misteriosa me hacía quedarme pegado durante horas frente al televisor. En un acto desesperado de dignidad, cancelé el servicio de cable (contra la voluntad de mi mano derecha que ya había desarrollado severo amasiato con el control remoto).
La única pérdida lamentable en este proceso de caída y ascenso fue el programa Inside the Actors Studio, conducido por James Lippton y transmitido desde la venerable academia de Lee Strasberg en Nueva York. En cada emisión entrevistan a alguna personalidad de la farándula, ya sea actor, escritor o director. Son charlas informales pero profundas que abren una ventana al proceso creativo de cada artista. En cada transmisión hay una palabra que se repite con bastante frecuencia y a la que se le da un peso considerable: ?craft?, que en inglés se refiere al oficio y en específico a las actividades que requieren de una práctica especial.
Entre los artistas de hoy el oficio es algo que se ha desdeñado a favor de una supuesta libertad de expresión. Lo cierto es que aquellos que sobresalen lo hacen por su buen oficio, lo quieran o no (tal sería el caso de Gabriel Orozco, excelente en el oficio de huir del oficio). Esta palabra me lleva a la última película de Pedro Almodóvar, La Mala Educación. Debo decir que de ninguna manera se trata de mi filme favorito, pero me es imposible negar el oficio de Almodóvar y su extraordinario manejo del lenguaje cinematográfico. Aquello que el cine comercial norteamericano consigue ?a gatas? (la tensión, el misterio, la vuelta de tuerca), Almodóvar lo resuelve con la mano en la cintura. Capítulo aparte es el desparpajo del director al abordar las relaciones homosexuales. El filme resulta un mosaico de los sentimientos, anhelos y obsesiones que un hombre puede despertar en otro hombre. Para muchos esto puede ser perturbador, pero eso no le resta mérito a la película. Digo, mi novia era feliz viendo al Gael mientras yo me revolvía cual ostión ?enlimonado? viendo algunas escenas, que, parafraseando a los eméritos hermanos lelos, daban hartas ?ñañaras? (y les dejo de tarea consultar un diccionario o el libro de Andrés Bustamante sobre Fox para revelar los engranajes de tan peculiar palabra).
PARPADEO FINAL
Hace veinte años eran borregos. Ahora, glorias de la biología, canes embravecidos. Tal vez algún día sean diputados. Y trabajen por nosotros. Oh, ilusiones de la infancia.
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