Imágenes de guerra
Hace unos años tuve la oportunidad de observar un estupendo libro: Without Sanctuary del coleccionista James Allen¸ publicado por la casa editora Twinpalms. El señor Allen compila fotos y postales norteamericanas de finales del Siglo XIX y principios del XX, muchas de ellas con dedicatorias manuscritas con mensajes como: ?Ojalá estuvieras aquí? o ?Menudo calor en Missisipi?. Lo peculiar de las imágenes es que se trata de hombres, mujeres y niños de raza blanca fotografiados junto a cadáveres golpeados, quemados o colgados de personas de raza negra. Son souvenirs de linchamientos.
Hablo de esto a propósito de las fotografías que últimamente han invadido la prensa, con jóvenes soldados norteamericanos torturando prisioneros o sonriendo junto a los cadáveres. No es cosa nueva esto de documentar los momentos ?felices? y estas fotos no hacen más que unirse a una larga tradición.
En 1991 el artista británico Damien Hirst, presentó una fotografía en blanco y negro sonriendo cínicamente junto a una cabeza cercenada. La imagen (como muchas otras obras de Hirst) causó revuelo en su momento, pero el asunto eventualmente fue pasado por alto, ya que se trata de una obra artística y uno presupone que el autor la realizó con una intención determinada, tal vez la de subrayar la cualidad de espectáculo y entretenimiento de la violencia. Pero como todos los artistas que tratan de reflexionar sobre la muerte y la violencia, el suyo termina siendo un intento pálido, rebasado por la brutalidad cotidiana.
Esto es bien conocido y por algo se amasan fortunas con películas de catástrofes y desgracias. Los noticieros hacen lo propio y basta recordar las horas de pedacería humana que hemos presenciado frente a la pantalla chica.
La guerra en Irak ha sido pródiga en bestialidad: niños muertos, bombazos, decapitaciones, desmembramientos. Sí, todas las guerras son iguales pero aquí lo hemos visto filmado, atrapado en fotografías que horrorizan pero que pasado el tiempo se vuelven cotidianas. A fuerza de repetición se ?queman?, pierden su poder. Ahora la imagen de las Torres Gemelas es como la canción de moda que se anula por hartazgo: Za, za, za, las torres gemelas, yacuzá, cinco mil muertos, za, za. Los bombazos en Madrid, las chicas norteamericanas que matan, torturan y sonríen para la cámara. Za, za, za, ya lo sabemos, yacuzá. Y mientras no nos pase a nosotros, está todo bien. Pero bien sabemos que nadie está exento, que la posibilidad ronda y que aquello que concebimos como normal puede resquebrajarse en cualquier momento.
James Allen escribe, a propósito de los linchamientos, que ?familias enteras acudían al evento, los padres cargaban a los niños sobre los hombros y algunos periódicos anunciaban fecha y hora de la ejecución. El asesinato era un evento público y ritual?.
Y ciertamente, seguimos en el mundo del asesinato como ritual público. La cuestión es si vamos a sonreír, a llorar, a protestar o a cargar a nuestros hijos para que vean mejor el show. Y mientras las noticias siguen, nosotros, espectadores, esperamos nunca pasar a ser protagonistas.
Parpadeo final
El jueves tres de junio a las 8:30 en la Alianza Francesa se inaugura la muestra Noche en la Tierra con obra del maestro Pepe Valdez, Guayo Valenzuela y un servidor a manera de colado. La propuesta se compone de crónicas de taxi, milagros de cholos y peripecias de santos paganos. Arte urbano de buena cepa. Ahí los espero para que conozcan la obra y saborear una cervecita para el susto.