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Crónica del Ojo

MIGUEL CANSECO

Morir en Norteamérica

En 1934, a los cuatro años de edad Ray Charles Robinson comenzó a perder la vista progresivamente. A los siete entró en la total oscuridad, pero tuvo tiempo para guardar en su memoria algunas cosas fundamentales que más tarde, ya convertido en un músico consumado, recordaría: ?La luz del sol, los rayos por la noche, las chispas de los cerillos al encenderse...el rostro de mi madre, Aretha Robinson?.

La vida de Ray Charles se apagó hace unos días. No fue un recorrido fácil por el mundo, sus primeros años estuvieron ensombrecidos por la miseria. De su niñez en la Norteamérica de la depresión comentó que ?todos eran pobres, pero nosotros estábamos al fondo, más abajo no había nadie, solo tierra?. Su historia tomó un cauce definitivo en la escuela para ciegos de St. Augustine donde descubrió dos materias fascinantes: las matemáticas y la música. En su mente se empezó a tejer el edificio de la armonía.

Para 1960 Ray Charles había consumado un sacrilegio genial llevando el soul de las iglesias a los clubes de jazz y blues. En su voz ya se habían materializado clásicos como Georgia y Born to Lose. A partir de ese momento no hizo más que crecer hasta convertirse en un icono de la música popular del siglo XX.

Pero como bien diría Leonard Cohen, Estados Unidos es la meca de lo mejor y lo peor. Otro célebre norteamericano colgó el calzado hace unos días. En 1994, el ex presidente Ronald Reagan anunció que se le había diagnosticado la enfermedad de Alzheimer. ?Ahora comienzo el viaje que me llevará al ocaso de mi vida?, declaró. Diez años después expiró en su Rancho de California.

Nos quedamos con su legado ideológico y la triste memoria de Angola, Etiopía, Granada, Salvador y Honduras, pueblos que se vistieron de luto con el garrote norteamericano. Con su ideario militarista, con su visión de la misión sagrada de Norteamérica como policía global, estableció la política geoestratégica que allanó el camino para gentes como Bush Jr.

Al inmenso poder del ex presidente, a su visión de estratega y estadista se opone la negrura de Ray Charles. Luz y sombra del imperio. La herencia de Reagan seguirá siendo el desasosiego y la destrucción y la historia medirá su vida en relación con las innumerables muertes que llevó consigo. Cruel castigo el haber sufrido la perdida gradual de la memoria. Mas cruel aún que esa memoria que lo abandonó se quede entre nosotros como un fantasma ominoso.

Por mi parte prefiero pensar en Ray Charles. Según algunos estudios, al momento de la muerte se produce una desoxigenación del cerebro que genera una excitación de grupos de neuronas generando un efecto de luz blanca a la manera de un sol que se aleja. Si esto es cierto, debo suponer que después de siete décadas Ray Charles pudo ver de nuevo la luz del sol que tanto le fascinó. Y me gusta pensar que también desfilaron frente a su ojos las cerillas que se encienden, los rayos por la noche y quien sabe, tal vez el rostro de Aretha Robinson. Ese para mi, es un perfecto final para un bluesman.

Parpadeo final

Como recordarán, hace unos meses fuimos testigos de la monumental marcha ?Un guerrero nunca muere? en defensa del amado club Santos en peligro por el relajo con Ahumada. En medio de la euforia hubo una persona con la lucidez suficiente para señalar la pobreza moral de una ciudad que defiende a sus futbolistas pero es incapaz de unirse para combatir los apremiantes problemas de contaminación que afectan a sus hijos o la injusticia social rampante.

Esa persona fue José Jiménez Ortiz y gracias a eso recibió un buen número de amenazas y el Premio Estatal de Periodismo. Felicidades diferidas pero de corazón. Tiene su merito dar la espalda cuando todos aplauden como focas. Salud por ese premio ?compa?.

E-mail cronicadelojo@hotmail.com

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