TORREÓN, COAH.- Aunque se dijo que la razón de la gira fue el banderazo a los programas de ampliación del periférico y del Mega-Abastos La Jolla, el discurso del presidente de México, Vicente Fox Quesada, se dirigió exclusivamente a la promoción y aplauso de las respectivas administraciones de Guillermo Anaya y Enrique Martínez, respectivamente.
Desde las dos de la tarde comenzó a llegar gente a la Puerta de Torreón, ubicada en el periférico. La temperatura rebasaba los 40 grados centígrados y el Sol ardía sobre sus cabezas. La mayoría eran familias completas que se enteraron de la visita del Primer Mandatario a Torreón y simplemente querían saludarlo y, de ser posible, sacar una foto.
Los manifestantes no tardaron en aparecer. Aproximadamente 15 personas con mantas de apoyo a la ex empleada del Ayuntamiento, Margarita Minor, que hiciera una huelga de hambre en la Presidencia Municipal. Más tarde, llegaron cerca de 40 ejidatarios de San Juan de Guadalupe, Durango, que piden se construya la presa del Tigre, además de algunos grupos pequeños con pancartas alusivas a problemas con la Dirección de Seguridad Pública Municipal (DSPM), el Ministerio Público y el alcalde, Guillermo Anaya Llamas.
En el edificio de la Universidad Autónoma del Noreste (UANE), ubicado frente al evento, dos militares armados observaban atentos el panorama, en espera de que no se presentara nada que no estuviera agendado.
Los agentes de Tránsito no se daban abasto, la circulación en ambas vías del periférico era lenta. Los oficiales detenían el tráfico para que cruzaran los funcionarios, pero los ejidatarios y civiles pasaban como podían.
El Estado Mayor fue estricto en las medidas de seguridad. Toda la gente que tenía acceso al evento, cercado con reja, debía pasar por un detector de metales y luego una revisión personal. Las cámaras sólo se permitían a quienes comprobaran ser representantes de los medios de comunicación o alguna tarjeta que los acreditara como “influyentes”.
Casi dos horas después, arriba una patrulla de la Policía Federal Preventiva (PFP), detrás llegan dos camionetas obscuras y cinco blancas. La gente se arremolina junto a la cerca, algunos tratan de brincar pero ven frustrado su intento por los militares, disfrazados de jóvenes “cholos”, con playeras de rock pesado negras y pantalones flojos con bolsas a los lados.
Como si hubiese sido ensayado, se abren las puertas de los vehículos al mismo tiempo. En la segunda camioneta aparece la figura del presidente de la República, Vicente Fox Quesada. Es un hombre alto, viste un pantalón blanco y camisa azul de manga larga. Los ojos de la gente se concentran en sus pies: no trae botas.
Se ve cansado mientras desciende de la camioneta, pero su rostro cambia en un segundo y su mueca de desgano se ve sustituida por una enorme sonrisa para medios de comunicación y sobre todo, al público asistente.
Por unos minutos se quedan atrás cuatro años de Gobierno, la crisis económica, reformas pendientes, todo desaparece por instantes y sólo queda el candidato sencillo, el hombre del pueblo que saluda a la gente, sonríe y posa con los ciudadanos, que no paran de tomarle fotos mientras le acercan a los niños, el Presidente extiende su mano, abraza a los más cercanos y vuelve a ser el Fox que inspira esperanza y promete el cambio en un país sumergido en pobreza y desempleo.
El gobernador de Coahuila, Enrique Martínez y Martínez y el alcalde de Torreón, Guillermo Anaya Llamas, permanecen uno a cada lado todo el tiempo, pero la población no los nota, el Primer Mandatario es la única figura que reconocen.
Las personas se ven felices, consideran que su espera valió la pena. Son pocos los que se quedan al evento. A los que permanecen les cambia el sabor de boca, pues la entrada es restringida a invitados especiales y la élite panista sólo reconoció al sector empresarial, los líderes de las cámaras y algunas instituciones adineradas.
“Es un acto público”, gritan las personas, “nosotros también somos merecedores de entrar, ¿por qué puro privilegiado?”. Estudiantes, niños, adultos mayores, amas de casa, eran los más ilusionados con seguir de cerca la visita del Presidente, pero la reja metálica los marginaba a donde ni siquiera se percibía el sonido, a pesar de las bocinas.
En compañía del Alcalde, el Gobernador, el senador panista, Jorge Zermeño Infante, el diputado federal priista, Eduardo Olmos, la diputada local panista, Blanca Eppen, el secretario de Obras Públicas del estado, Jorge Viesca y el director de Obras Públicas del municipio, Gerardo Berlanga, el Mandatario dio el banderazo a los trabajos de ampliación del periférico.
El Presidente de la República repitió que, tanto la administración de Anaya Llamas como la de Martínez y Martínez, van por buen camino y propician un ambiente de seguridad y confianza en sus respectivas tierras.
Al retirarse, Fox Quesada no perdió la oportunidad de levantar su brazo izquierdo y hacer la famosa “V” de la victoria, del dos de julio de 2000, de Vicente, la llamada “señal foxista” de su campaña presidencial, lo que levantó porras en la población, que le contestó de la misma manera.
Los oficiales de Tránsito detuvieron el tráfico de vehículos por espacio de diez minutos, para dar ventaja a la comitiva del Mandatario. A más de 100 kilómetros por hora, se dirigieron a la siguiente parada, la planta procesadora de nuez. Las camionetas atravesaron por uno de los puentes del Distribuidor Vial Revolución. La entrada fue más restringida, al punto que sólo los inversionistas y autoridades estuvieron presentes.
Para dar el banderazo a los trabajos del Mega-Abastos La Jolla, ubicado en el kilómetro seis de la carretera Torreón-Matamoros, el Estado Mayor ordenó cerrar diversas calles, por donde sólo se permitió el acceso a la comitiva del Presidente, lejos de las aproximadamente 100 personas que asistieron, sin peticiones ni reclamaciones, al lugar, con la única intención de saludar al gobernante.
Los cuestionamientos alusivos al nombre del Mega-Abastos “La Jolla”, fueron constantes. Toda la gente lo tomó como un error “garrafal” de ortografía. Algunos ciudadanos se acercaron con documentos que querían mostrar al Gobernante, pero personal del Ayuntamiento los regresó con la advertencia de “si quiere ver al Presidente puede ir mañana a Saltillo o dejarme su recado y yo se lo hago llegar”.
Para las cerca de 100 personas que estuvieron por tres horas afuera del Megabastos la espera no sirvió de nada. Desilusionadas, diversas amas de casa prometieron no volver nunca a votar, pues confiaron el sufragio al candidato del pueblo, que se olvidó de su sencillez. “Si el Presidente se hubiera arrimado un poquito, todo habría valido la pena”, aseguraban.