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Crónica Urbana | A pesar de todo, Antonio nunca pierde el ánimo...

CUAUHTÉMOC TORRES ALVARADO

CRÓNICA URBANA

EL SIGLO DE TORREÓN

SAN PEDRO, COAH.- A cuatro metros antes de llegar a su puesto, nadie imagina la situación que vive Antonio Moreno Hurtado, un vendedor de San Pedro. En la actualidad, es un vendedor de chácharas; su puesto es inconfundible, ya que está frente a la Presidencia de esta ciudad.

Antonio se encuentra sentado. Lentamente quita el papel aluminio que envuelve unas gorditas sobre un plato de “nieve seca”. A primera vista parece ser de asado. A su alrededor parece no haber nadie que le ayude. La magnitud de su stand obliga a pensar que lo atienden dos personas, pero no.

Fue hace diez años que comenzó la tragedia de Antonio. De viaje andaba en compañía de otras dos personas. Su destino era Veracruz. Sin embargo, nunca llegó, debido a la irresponsabilidad de otro conductor.

A la altura de Linares, Nuevo León, un automovilista ebrio se atravesó a su paso y terminó por dañar la unidad de Antonio. Los resultados fueron tan lamentables como crudos: la cadera del sampetrino jamás se repuso y hoy está inválido.

Sin embargo, su incapacidad física no es un impedimento para que diariamente se mueva de un lado a otro. Es comprensible, al caminar 100 ó 200 metros su cuerpo no aguanta y tiene que pedir ayuda. Pero su ánimo no decae ni sus ventas.

Antonio ya no tiene más compromisos, mas que mantener a su esposa. Ella está en las mismas condiciones que él. Sin querer especificar la situación, afirma que su mujer también está inválida y permanece en su hogar de la avenida Abasolo 23 oriente.

Ya tiene cinco años como vendedor enfrente de la Presidencia. Con cierta tristeza e impotencia, tanto en su mirada como en sus palabras, admite que ninguna de las autoridades de la administración municipal actual, ha querido ayudarlo.

“Yo he metido papelería en todos lados donde me la piden. Hasta hoy no he recibido apoyos ni del presidente municipal, ni del DIF ni de nadie. Yo lo único que quiero es que me dejen poner un puesto de aluminio para vender más”.

Todas las mañanas, Antonio pide un taxi para que lo trasladen hasta la plaza principal. Ese servicio le cuesta entre 50 y 60 pesos. Aunque las ventas no caen, éstas tampoco aumentan. Afirma que los días más críticos logra sacar apenas 120 pesos, sin descontar lo del taxi.

Sus ojos parecen abdicar ante el llanto; se resiste y acaricia un gran suspiro para poder continuar. Sus palabras no encuentran la salida, pero su rostro se encarga de decirlo todo. Está triste, pero su desánimo sigue siendo el mismo como antes de quedar inválido.

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