EL SIGLO DE TORREÓN
MATAMOROS, COAH.- El oficio de vender algodones de azúcar le fue enseñado por su abuelo, Martín Castro Rodríguez, sin embargo nunca imaginó que emprender esta actividad le permitiría conocer a su esposa y vivir de esto.
José Antonio Castro López es un joven de 28 años de edad originario de Zacatecas. Desde los 12 años empezó a elaborar uno de los dulces más típicos de México. Su entusiasmo e inquietud le ofrecieron la oportunidad de salir de su Estado natal.
Una de esas visitas a las ferias del país fue precisamente en Matamoros, Coahuila. Allí comenzó todo. José conoció a la mujer con la que hoy tiene dos niñas de uno y tres años de edad. Ella se dedica al hogar, pero también ayuda a su esposa a la fabricación del producto.
Luego de reiteradas visitas a la ciudad coahuilense, José decidió casarse y formar una familia. Así, desde hace seis años radica en Matamoros, vendiendo algodones de azúcar por las calles del centro de la ciudad.
Rosas, azules, morados... de todos colores, pero de un mismo sabor. Las bolsas de plástico que cubren los algodones no permiten que éstos sean consumidos por la gente. El único sentido que puede explorarlo antes de abrirlo es la vista.
Los niños pasan al lado de los dulces y su parada es inevitable, así como la resistencia de las madres por comprarles uno. José elabora entre 30 ó 40 algodones. Para ello tiene su propia máquina algodonera, un tanque de gas, pintura, azúcar, algodón y ya.
A diario José vende y recibe entre 60 y 70 pesos. Anteriormente cuando visitaba las ferias lograba obtener aproximadamente 200 pesos. Sin embargo, esto no es un impedimento para poder alimentar, vestir y calzar a su familia.
“Afortunadamente estamos bien, no nos hace falta nada. Saco poco pero con eso me alcanza para estar con mi familia. Por eso tengo que ir por toda la ciudad para que la gente compre mis productos. Es una tradición bonita y yo quiero continuarla”.
En la actualidad José analiza la posibilidad de volver a los “tours” que antaño realizaba, pero una de sus principales preocupaciones para no hacerlo es su familia. Quiere estar con sus tres mujeres para apoyarlas.
Cinco pesos cuesta cada uno de los algodones. Un atractivo más para los infantes, José puso dentro de las bolsas que cubren al algodón, una réplica de billetes de a 500 así como hojas con dibujos diversos para que los niños los coloreen.
Su ánimo se refleja en su rostro. Su amabilidad brota por medio de sus palabras y gesticulaciones. Es joven, pero ya es padre de familia. A pie recorre las calles de Matamoros, orgulloso de su oficio y de su familia.