EL SIGLO DE TORREÓN
CD. LERDO, DGO.- La figura del veterano, Julio García Hernández, es común para los lerdenses. Situado desde hace 30 años en la Plaza de Armas -esquina de la avenida Francisco Sarabia y calle Allende- con su venta de globos, forma parte de la tradición de esta ciudad.
Oriundo de Tepatitlán, Jalisco, a sus 94 años es dueño de una mente lúcida, una sonrisa a flor de piel y una mirada amable. Quien en su juventud y ya casado con Gregoria de la Cruz Durán pisara por primera vez la ciudad de Torreón, Coahuila, para reencontrarse con dos de sus hermanos a quienes no veía desde hace 25 años, dice que el olor a flores y lo fresco del ambiente, lo hicieron quedarse para siempre en esta ciudad.
Tuvo 15 hijos. Platica que cuando pisó tierras laguneras ya tenía tres hijos. El resto nació en esta ciudad donde ha vivido feliz y donde ha experimentado también dolor, por ejemplo la muerte de algunos de sus retoños.
Sus ojos parecen empañarse cuando relata esto último, pero su mirada vuelve a ser la misma cuando justifica que en sus tiempos se tenía la creencia de que cada hijo traía debajo de la “axila” una torta. “Mi señora y yo de creídos, hicimos caso de eso”, ríe por su ocurrencia.
Solamente le sobreviven cinco de sus hijos, quienes lo procuran al igual que a su esposa Gregoria, quien “se me enfermó”. Es por la edad, justifica entre risas Julio, cuando explica el padecimiento de ella.
Platica que antes de dedicarse a la venta de globos, la hizo en todo. Fue panadero, cargador y plomero. Pero lo que aprendió hacer bien, fue el trabajo de la construcción, donde laboró por mucho tiempo.
Piensa que el amor a los niños le hizo decidirse a vender globos. La sonrisa de los pequeños, el hecho que antes sí se vendía más y el permanecer en la Plaza de Armas donde ha visto ir y venir a diferentes alcaldes a lo largo de 30 años, lo ha mantenido con esa vendimia.
Muchos de los niños a quienes les vendió globos, aquéllos que lloraban y jalaban la bolsa de sus madres para que les compraran uno, son ahora adultos con profesión, casados y con hijos a quienes ahora llevan para que elijan uno.
“La vida es una ruleta, no cabe duda”, ríe y comenta que le gusta mucho su trabajo, pero más le apasiona ver la actividad diaria que en el paseo público se presenta, “le digo, el mundo da muchas vueltas”, dice al tiempo que señala a una señora que camina con dos niños, quien fue cuando pequeña, una clienta asidua.