EL SIGLO DE TORREÓN
SAN PEDRO, COAH.- Dejar la escuela el primer año de primaria nunca significó tanto para Jaime Hernández Sánchez hasta ahora. Tiene 44 años de edad y sólo mantiene a su esposa. Sus hijos se encuentran en Guadalajara estudiando y trabajando.
El arrepentimiento llegó tarde. Jaime está consciente que de haber continuado sus estudios, hoy no estaría en una situación complicada. Sus padres tenían en aquellos años la solvencia económica para brindarle estudios.
Sin embargo, la indiferencia de Jaime fue más fuerte que la vehemencia de superación. Años más tarde, emprendió uno de los trabajos más arduos que pudieran tener los campesinos, ser tractoristas. Soportar los intensos rayos del sol sobre su cabeza y manejar el equipo a la intemperie fue su pasatiempo.
Sus hermanos antecesores ya habían trabajado en esto. Él los sucedió y poco tiempo después dejó todo. Su destino: la tierra del tequila y el mariachi. Familiares de Jaime los esperaban con ansias.
Allá, logró laborar para una empresa de helados. Allí comenzó lo que hoy representa su principal fuente de ingreso. Sin embargo, a su regreso, una parte de su vida se quedó allá. Sus cuatro hijos, tres varones y una mujer decidieron quedarse, los hombres a trabajar y la dama a estudiar.
“Sí los extraño y todo pero ellos decidieron quedarse. Tienen como 15 años que están allá y en ese tiempo sólo nos hemos visto dos veces. La primera fui yo y la segunda ellos nos visitaron. Pero ellos nos mandan dinero a mi esposa y a mí”.
Ya en su natal San Pedro, optó por continuar su oficio de paletero. Todas las mañanas temprano, deja en el hogar a su esposa Jovita Gómez Sánchez, justo en el ejido de Sofía de Arriba. Toma el camión ejidal y llega puntual a las 8:30 horas para la entrega de sus productos.
Paletas de hielo y crema, de sabores como fresa, vainilla, chocolate, uva, limón y piña. Por las calles Jaime recorre la ciudad moviendo la campana improvisada que él mismo elaboró. Cuando llegó a la empresa para la cual trabaja, su carrito carecía de una campanilla.
Un día caminando por una calle, Jaime cedió al peso de su cabeza y miró hacia abajo. De repente, su mente comenzó a maquilar una idea poco común. Del suelo cogió una bujía vieja y de la parte extrema la amarró y colocó al interior de la campana.
“Es que me hacía falta el ruido. Si no hay ruido los niños no salen de su casa y nunca van a saber que hay un paletero cerca de ella. Además es una tradición de todos los paleteros. Cuando llego a las escuelas, pues por sí solos llegan”.
Entre 25 y 30 pesos gana Jaime diariamente. El 50 por ciento de sus ventas es para sus jefes. Con esa cantidad, las probabilidades de cumplir su sueño no podrán realizarse a un corto o mediano plazo. Hoy Jaime quiere tener su propio negocio, ser dueño y jefe de una tiendita.