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Crónica Urbana| Siempre sabe que hay una luz delante de él.

CUAUHTÉMOC TORRES ALVARADO

Crónica Urbana

EL SIGLO DE TORREÓN

FRANCISCO I. MADERO, COAH.- La adolescencia de Juan Manuel Cordero casi fue como la de todos los demás jóvenes. Gustaba de convivir con sus amigos, de conocer gente y sobre todo de tener las mejores opciones de trabajo.

En la actualidad Juan tiene 39 años de edad. Tiene un hijo de nombre Francisco Javier de 15 años de edad. Su esposa es Dolores Padilla Moreno de 38 años. Precisamente a la edad que tiene su descendiente, Juan sufrió un accidente que marcó su vida para siempre.

Por esas fechas, Juan tenía un puesto de revistas propiedad de su tío. Allí trabajaba por las mañanas. Un día tuvo que subir a la azotea de una casa para bajar un balón que se le había ido a él y sus amigos.

De pronto un mal paso causó que Juan cayera desde unos metros. El evento pudo haber sido peor: el joven cayó de cabeza y su vista se nubló en ese instante. Pero la preocupación duró varios días, casi dos semanas estuvo así, sin poder ver nada.

Conforme pasó el tiempo su vista se recuperó. Recomenzó sus actividades y todo parecía normal. El sexto grado fue el último que cursó Juan, por eso decidió trabajar en una actividad que le gustaba. Sin embargo, los años transcurrieron y las consecuencias de su caída no terminaban aún.

Fue hace siete años en que Juan comenzó a ver borroso, la claridad con la que había disfrutado gran parte de su vida, se veía truncada por ese malestar. Cuando comenzó a ver sin nitidez, recordaba aquel momento en que caía de una azotea.

Pronto se trasladó al Hospital General de Torreón. Allí recibió atención médica como en su ciudad. Durante varios días, Juan salía de su casa en la colonia Linares del Sur con la esperanza de que los médicos le diagnosticaran esperanzas.

Pero nunca se lo dijeron. En Torreón, un doctor lo condenó: su desperfecto jamás tendría solución. ?Me dijo que se me había desconectado como un cable que va de la vista al cerebro y que esto ya no tenía arreglo?.

Hoy Juan vende dulces por las calles de Madero. Camina por los principales lugares que la gente visita con mayor frecuencia. En su canasta carga dulces de coco, cacahuates, frituras, gomitas, chicles y dulces.

No distingue bien las distancias, mucho menos los rostros, pero sabe que siempre hay alguna luz delante de él. Juan extraña demasiadas cosas de cuando observaba bien, pero lo que más lamenta es que a causa de su enfermedad no haya podido obtener un mejor trabajo para darle a su familia todo lo que se merece.

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