EL SIGLO DE TORREÓN
SAN PEDRO, COAH.- Después de salir de la escuela y hacer su tarea, Francisco Hernández González sale a la calle a ganarse unos pesos para ayudar a su padre. Tiene sólo nueve años y con lo poco que gana le da a su papá y a tres de sus hermanos.
Diario compra una caja de chicles en el mercado, para venderlos fuera de la presidencia municipal y en la plaza principal de San Pedro. Obtiene de la venta cerca de 50 pesos de los cuales le da 30 a su padre y los otros 20 los reparte entre sus hermano y él.
“Yo le doy a mi papá para la comida y le doy cinco pesos a mis hermanos para la escuela. Yo me quedo con cinco y los gasto para comprar unas gorditas a la hora del recreo. Hoy no estoy en la escuela porque no hubo clases y empecé temprano”.
Su madre es ama de casa. Su padre es “yesero” trabajando en distintas casas de la ciudad. Sus tres hermanos son menores que él. Siendo el mayor cree que es responsabilidad de él ayudar con el sustento de la familia.
“Ya tengo vendiendo chicles desde hace como un año. No es difícil. Todos se me venden. Ando en la calle solo. Me levanto temprano cuando no tengo clases. Quiero ser doctor, me gustaría seguir estudiando”.
Actualmente cursa el tercer año en la primaria Nicolás Bravo de esta ciudad. Vive en la colonia Valparaíso, una de las más alejadas del centro. Su papá es Francisco González Arriaga y su mamá Martha Alicia González.
Apenas mide el metro de estatura. A todo el que pasa frente a él, le trata de vender un chicle. Su cara lo dice todo: desea sacar el dinero que todos los días obtiene de sus ventas. Su rostro no pretende dar lástima, más bien parece querer un reconocimiento de la gente.
“Yo quiero que mi familia no batalle con la comida, el dinero que le doy a mi papá es para la comida y lo demás lo pone él. Mi mamá cuida a mis hermanos y hace la comida todos los días, no trabaja pero se está todo el día en la casa”.
En la calle ya lo conocen. A sus clientes los saluda con un hola y de inmediato les acerca la cajita con goma de mascar. A peso cuesta lo que vende. De ganancias obtiene más de 70 por ciento de lo que invierte. Cada día guarda algo para poder comprar los chicles al siguiente.
Recorre cada una de las calles, de los pasillos de la presidencia y ninguna persona se escapa del ofrecimiento del niño. Su rostro no denota tristeza ni agotamiento, al contrario, cada vez que vende un chicle agradece a Dios por seguir en el “negocio”.