“El poder de cobrar impuestos implica el poder de destruir”. John Marshall.
Entre los distintos nuevos impuestos que el Gobierno federal está pidiendo al Congreso para el año que viene se cuenta uno de 110 pesos por cada pasajero que llegue a un puerto de la República Mexicana a bordo de un crucero. Éste sería, al parecer, un gravamen muy rentable para el Gobierno mexicano. Sin hacer ningún esfuerzo adicional, y sobre todo sin irritar a los contribuyentes nacionales, el Gobierno federal se embolsaría cerca de 700 millones de pesos al año que hoy no tiene.
Pero ¿realmente los obtendría? Esto depende en buena medida de que se mantenga el flujo actual de cruceros y de pasajeros que llegan a las costas de nuestro país. Es verdad que en los últimos años las cifras han venido creciendo con celeridad. Tan sólo en Cozumel el número de navíos pasó de 784 en el 2001 a 1,319 en el 2003. En todo el país se espera que este 2004 cierre con arribos por cruceros de 6.3 millones de pasajeros. Hay que preguntarse, no obstante, si el nuevo impuesto haría que descendiera el número de cruceros y de pasajeros. La experiencia en otros destinos turísticos es que sí hay una baja importante cuando se aplica un nuevo impuesto que tarda muchos años en revertirse. Pero si el flujo de pasajeros a nuestro país desciende de manera importante, el saldo del nuevo impuesto podría ser negativo.
Muchos hoteleros, particularmente en Cancún y en la Riviera Maya, sostienen que los cruceros representan una competencia desleal para ellos. Su argumento fundamental es que las navieras no pagan impuesto sobre la renta en nuestro país y, por lo tanto, no contribuyen al pago de servicios públicos en México.
Pero si fueran tan malos los cruceros, ya alguien habría buscado prohibir su arribo a los puertos mexicanos. Y la verdad es que las consecuencias del cierre de puertos a los cruceros serían desastrosas para México. Se calcula que los cruceros dejan en nuestro país una derrama económica de entre 500 y 700 millones de dólares al año. Algunos destinos turísticos, especialmente Cozumel, simplemente se desplomarían si no los tuvieran.
El Gobierno justifica el nuevo impuesto argumentando que con el dinero resultante apoyará a los municipios a los que llegan los cruceros. Pero los recursos no se aportarán directamente a estos municipios sino que se irán a la caja de la federación. Y la experiencia nos dice que muy poco de lo que llega a la ciudad de México regresa después a los municipios aun cuando se haya recaudado en los municipios.
El gran riesgo de este nuevo impuesto, por supuesto, es que reduzca el número de pasajeros que arriba a México y que resulte por lo tanto contraproducente. El intento por obtener una recaudación nueva de 700 millones de pesos, o alrededor de 60 millones de dólares, podría deteriorar una actividad económica que deja una derrama de entre 500 y 700 millones de dólares al año. Como vemos, el riesgo es enorme.
Quienes impulsan este impuesto afirman que diez dólares no es nada en comparación con un precio de crucero que puede ser de 500 dólares o más. Añaden que las navieras no se darán el lujo de no atracar en puertos mexicanos, que son destinos muy populares, sólo para evitar un gravamen de diez dólares.
La verdad, sin embargo, es el que el mercado de cruceros es ya muy competitivo y los precios se encuentran sumamente castigados. Si fuera tan fácil subir diez dólares al precio, ya las navieras lo hubieran hecho. Los puertos mexicanos, por otra parte, se encuentran entre los más caros del mundo. A través de distintos cobros, algunos de ellos francamente ridículos, los barcos que atracan en México terminan pagando entre 35 y 40 dólares por pasajero. Están surgiendo, por otra parte, nuevos destinos para cruceros con cobros mucho menores, los cuales podrían atraer a muchos de los barcos que hoy llegan a nuestro país si nuestros puertos se siguen encareciendo. Belice, Guatemala y Costa Rica, por mencionar sólo a algunos, están deseosos de llevarse los cruceros que México desprecia.
Es lógico que un Gobierno desesperado por sacar dinero de donde sea, cuando el Congreso le ha negado una reforma fiscal de fondo, invente nuevos impuestos; y una industria como la de los cruceros, que ha crecido a buen ritmo en los últimos años, parece una presa tentadora.
Pero los legisladores mexicanos deben tener mucho cuidado antes de aprobar nuevos impuestos cuyas consecuencias económicas no quedan claras. El gran problema sería que, para conseguirle a la federación un ingreso relativamente pequeño, terminaran matando a la gallina de los huevos de oro.
Nuevo intento
Hoy se tratará nuevamente de hacer la lectura de la iniciativa de reforma del 122 constitucional. Hay mucho que cuestionarle a la propuesta, pero no puede haber discusión a gritos y amenazas.
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