CUAUHTÉMOC TORRES ALVARADO
EL SIGLO DE TORREÓN
MATAMOROS, COAH.- Matamoros es un carnaval los fines de semana: la plaza central con ambulantes desde la mañana; agentes de tránsito que sólo dirigen la circulación de los vehículos y gente que camina la mayor parte por las calles en lugar de hacerlo por las banquetas.
La mañana soleada benefició a los vendedores de frutas, aguas y nieves. Los dueños de locales aprovechan la indiferencia de las autoridades para exponer al público sus productos en plena banqueta, obstruyendo así el libre tránsito de los peatones.
La música a todo volumen, los gritos de señoras que desesperadas regañan a sus hijos por no obedecerles y la prisa con la que viven cientos de matamorenses genera malestar y angustia a los visitantes.
La basura en las banquetas, cajas que impiden a los conductores que estacionen sus vehículos y los locatarios apoyándose en sus carro para apartar sus lugares, desquicia día a día el tránsito de los peatones.
Los agentes de tránsito siguen igual, sin hacer una llamada de atención a los ambulantes que venden sus productos frente a ellos. A la gente parece no provocarle ninguna molestia, es la convivencia diaria que ha hecho que esto parezca normal.
Cada una de las calles parecen interminables y más aún cuando en la mayoría de ellas se percibe el olor a las “carnitas” de puerco, a las hamburguesas, gorditas y demás alimentos que inundan el aire que se aspira.
Es cierto, la gente trabaja para ganarse un poco de dinero, pero hay otra gente que se molesta, la que pasa frente a los comerciantes y prefiere no mirarlos, que caminan y ellos como si nada pasase enfrente, como esquivando la responsabilidad que tienen con los clientes y las autoridades.
Es un estilo de vida, que si bien es tolerado, debería ser más vigilado, pero las miradas de los agentes se limitan a su área de trabajo: los carros. Lo demás es cuestión de cada quien. Ni los indigentes dejan transitar: unos piden ayuda, otros viven en el total desconocimiento, sin sus facultades mentales a plenitud, arrastrándose con sus ropas viejas y sucias, sin que nadie les tome importancia.
Éstos son los contrastes que también son perceptibles: de repente un carro que apenas puede mantenerse en movimiento y del lado de este un vehículo de reciente modelo, digno de una fotografía para revistas de autos lujosos.
Los boleros esperan clientes; los del estanquillo afuera de la presidencia también, los únicos a quienes les “llueven” son a los vendedores de productos “piratas”, los que venden DVD’s y discos compactos, ésos a quien nadie les hace nada.
Y es que el ritmo de vida en Matamoros no es el del típico pueblo, que aunque su pequeñez geográfica pudiera decir otra cosa, parece que ya va más avanzado en este aspecto. Pero el contraste de esto se puede ver a sólo dos cuadras del mercado: la plaza sigue siendo el punto de descanso y ocio entre los matamorenses, sin que la edad o condición económica determine este hecho.